Dr. Abdullah F. Alrebh, profesor asistente de Sociología en Grand Valley State University en Michigan
Al encontramos en vísperas de una de las elecciones estadounidenses más importantes desde el final de la Guerra Fría, hace treinta años, vale la pena preguntarse cómo afectará el resultado a los islamistas locales. En EE. UU, como en otras partes de Occidente, la mayoría de los grupos islamistas organizados derivan de las raíces de la Hermandad Musulmana y, por lo tanto, intentan trabajar dentro de sistemas preexistentes para lograr su anhelado objetivo final: un Estado islámico. La dinámica de la interacción de los islamistas estadounidenses con el sistema político ha cambiado radicalmente con el tiempo.
Un tiempo diferente
El Partido Republicano, a veces llamado Grand Old Party (GOP), tiene a los conservadores religiosos como un bloque central de votantes. Los protestantes evangélicos son la mayor parte de este bloque, pero también está compuesto por un número importante de católicos, judíos ortodoxos y, al menos hasta el 2001, también musulmanes. Por difícil que sea recordar una época anterior al 11 de septiembre, los musulmanes solían sentirse más a gusto en el Partido Republicano.
Las diferencias doctrinales entre los creyentes eran menos importantes que las cuestiones políticas, aborto, derechos LGBT, la enseñanza de la evolución, la oración en las escuelas, y sobre estas había un amplio acuerdo. Por esta razón, los islamistas, que fueron algunos de los organizadores más importantes de la comunidad musulmana estadounidense, tendieron a apoyar a los republicanos.
También se puede agregar que, a lo largo de la década de 1990, algunas de las políticas del presidente Bill Clinton habían alejado a los islamistas del Partido Demócrata. Después del atentado a un edificio federal en Oklahoma City en abril de 1995 llevado a cabo por dos terroristas cristianos blancos, la respuesta legislativa impulsada por Clinton incluyó medidas que endurecieron el sistema financiero contra los terroristas. Uno de los principales impactos fue detener e incluso enjuiciar a los islamistas que dirigían lo que describieron como «organizaciones benéficas», que proporcionaban recursos a grupos como Hamas, la rama palestina de la Hermandad Musulmana.
La legislación antiterrorista de la era Clinton que, según los islamistas, era discriminatoria contra los musulmanes, se convirtió en un problema en la campaña electoral del 2000, con el candidato republicano George W. Bush condenando el uso de «pruebas secretas» en las audiencias de inmigración, y el candidato demócrata (vicepresidente de Clinton) Al Gore defendiendo la ley.
Durante la Guerra Fría, especialmente después de los cambios en el Partido Demócrata a fines de la década de 1960, los musulmanes se identificaron fuertemente con los republicanos en la labor común de oponerse al comunismo, una ideología fuertemente atea que en gran medida había destruido el islam dentro de la Unión Soviética. Cuando los soviéticos invadieron Afganistán, de mayoría musulmana en 1979, e intentaron imponer su ideología en ese país también, el presidente republicano Ronald Reagan apoyó la resistencia anticomunista como parte de su Doctrina Reagan que apoyaba a los insurgentes anticomunistas en todas partes. La resistencia afgana contenía poderosos elementos islamistas. Los demócratas se mostraron mucho más reticentes con esta política.
La ocupación soviética de Afganistán tuvo ramificaciones en todo el mundo. La más obvia es que algunos de los «árabes-afganos», los pocos miles de árabes que habían luchado contra el Ejército Rojo junto con los Muyahidines, habían sido introducidos a doctrinas y redes que antes no tenían, y luego comenzaron a llevarse estas ideas a casa. Las insurgencias islamistas estallaron en Egipto, Argelia y otros lugares en la década de 1990. En Arabia Saudita, Osama bin Laden regresó a casa como un héroe popular, y luego se sintió decepcionado al ver que el Gobierno saudí invitó a tropas occidentales a luchar contra Saddam Hussein después de su anexión de Kuwait, en lugar de depender de la banda de yihadistas de Bin Laden. Bin Laden pronto sería expulsado del Reino y su ciudadanía revocada; había comenzado el largo camino hacia el 11 de septiembre.
Tiempos recientes
Como dice el cliché, el 11 de septiembre lo cambió todo, y una cosa que cambió fue la alineación de los musulmanes en Estados Unidos. Bush había ganado las elecciones en el año 2000, por lo que los republicanos fueron acusados por la respuesta a la atrocidad; algunas de las medidas afectaron de manera desproporcionada a los musulmanes y los islamistas reaccionaron, alimentando una narrativa de victimización y discriminación. Mientras tanto, el Partido Demócrata estaba cambiando. Donde el presidente Clinton había tomado represalias con rapidez y fuerza cuando Al-Qaeda atacó las embajadas de Estados Unidos en África oriental y declaró repetidamente su intención de derrocar a Saddam, ahora los demócratas estaban completamente reacios al poder estadounidense y se centraban más en cuestiones de identidad, que opacaban a las diferencias entre liberales y musulmanes en política social.
Con los demócratas de regreso al poder en 2009, con el presidente Barack Obama, se anunció un «nuevo comienzo» para las relaciones entre Estados Unidos y los musulmanes. Dos años después cuando estalló la llamada primavera árabe, y los Gobiernos aliados fueron derrocados, los islamistas pasaron a primer plano en muchos de estos países. El enfoque de Estados Unidos fue explicado por la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien declaró, “Es de interés para Estados Unidos comprometerse con todas las partes que son pacíficas y están comprometidas con la no violencia […] y por lo tanto damos la bienvenida, al diálogo con aquellos miembros de la Hermandad Musulmana que deseen hablar con nosotros.» Esto fue algo alarmante para los aliados tradicionales de Estados Unidos como Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Israel, quienes ya estaban disgustados por la rapidez con que la administración de Obama había liberado al gobernante de Egipto, Hosni Mubarak.
La Hermandad Musulmana llegó al poder en el Egipto posrevolucionario, pero sus errores fueron demasiados y su caída fue rápida. El nuevo Gobierno egipcio se ha unido firmemente a los saudíes, emiratíes y bahreiníes para oponerse a la influencia islamista en toda la región. Con el cambio de presidente, de Obama a Donald Trump, en enero de 2017, Estados Unidos se alineó con esta política, eliminando la tendencia de los años de Obama y trayendo un enfoque estratégico más sólido que busca marginar a los islamistas.
En este punto, el divorcio entre el Partido Republicano y los islamistas es completo. El senador republicano Ted Cruz incluso propuso un proyecto de ley al Congreso para designar a la Hermandad Musulmana como una organización terrorista extranjera, una medida ya tomada por varios Gobiernos de Oriente Medio. Si Trump gana, se espera que este curso continúe.
Si Trump pierde y su rival demócrata Joe Biden se convierte en presidente, podría haber un cambio en la política de Estados Unidos que buscaría un enfoque más cómodo con los islamistas. A nivel nacional, los islamistas también podrían tener más espacio, ya que los demócratas desconfían mucho de cualquier acción que parezca tener como objetivo a los musulmanes, como sucedió con los casos de financiación del terrorismo en la década de 1990. Los demócratas han argumentado que Trump es islamófobo, y hacer una clara distinción con todo lo relacionado con Trump se ha vuelto fundamental para ellos. Esto es un impulso para Biden, que incluye citas del Corán y Hadith en sus discursos para demostrar su tolerancia al islam y el respeto por los musulmanes.
Donde estamos ahora
La Hermandad Musulmana en sus orígenes, en Egipto en 1928, buscaba crear un orden legítimo después del colapso del Califato Otomano; el movimiento se basó en una ideología de renacimiento islámico que era fuertemente antioccidental y expansionista, buscando crear una política sobre todos los musulmanes. A medida que la Hermandad se desarrolló, creció, se expandió y luego sufrió la represión en un Estado tras otro en las décadas de 1950 y 1960, comenzó a moverse hacia esos países occidentales libres que desprecia, donde tenía el espacio operativo para hacer proselitismo y planear sus próximos movimientos para sus diversos países de origen. Con el tiempo, los vínculos directos entre la organización «madre» y las ramas satélites occidentales se deshilacharon, pero la ideología se mantuvo de manera bastante consistente.
Al igual que en el Medio Oriente, la mayoría de las organizaciones islámicas derivadas de la Hermandad en EE.UU. se basaron en poblaciones mucho más educadas, profesionales y ricas, no solo de inmigrantes, sino también de población nativa de EE. UU. Incluso sin la historia descrita anteriormente a través de la Guerra Fría, la era Clinton y el mundo posterior al 11 de septiembre, la simple dinámica sociopolítica de Estados Unidos inclinaría a esta población a votar por los demócratas. No ha sido una sorpresa ver a las organizaciones juveniles estadounidenses-musulmanas dominantes movilizadas a tal escala para apoyar a Biden en contra de Trump. Uno de los pocos errores que ha cometido Biden es permitir que su campaña parezca como si aceptara el apoyo de Linda Sarsour, una activista vinculada a grupos derivados de la Hermandad, mejor conocida por sus repetidos comentarios antisemitas.
Como ocurre con todos los grupos de inmigrantes recientes en Estados Unidos, para los árabes y musulmanes la cuestión de su patria es muy importante. La economía, la salud y el racismo sistémico son también problemas, pero a diferencia de la mayoría de los bloques de votantes, existe un interés real en la política exterior, ya que puede afectar el curso de los acontecimientos para familiares y amigos. Para los islamistas, que ven su vida en Estados Unidos como temporal, un refugio seguro mientras planean el triunfo en sus países de origen, el objetivo es utilizar el asombroso poder del Estado estadounidense para presionar a sus enemigos y reforzar a sus amigos. Los islamistas también se han vuelto expertos en encubrir estas preferencias de política de poder con un atuendo de izquierda que atrae a las audiencias demócratas. Por lo tanto, la agitación de los islamistas contra aliados tradicionales como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos se presenta en términos de “democracia” y “derechos humanos”.
Hoy, a pesar de la prominencia pública del «voto musulmán» debido a la retórica de Trump, las políticas de inmigración y otros temores sobre el tratamiento de las ONG musulmanas y las organizaciones benéficas, el voto no es realmente tan significativo en términos concretos. Importa en un puñado de Estados de una manera relevante, en Michigan, Minnesota y Nueva York, y en ninguno de esos Estados los musulmanes pueden marcar la diferencia decisiva. Dicho esto, los musulmanes están dentro de la coalición de minorías organizada por los demócratas, y su estatus es mucho más alto de lo que sugiere su número. Las políticas que afectan a los musulmanes tienen la capacidad de movilizar a los demócratas de una manera que no lo hacen las políticas que afectan a la mayoría de las demás minorías. Si esto sigue siendo cierto después del martes, y si la tensión latente entre el conservadurismo social de los musulmanes y el liberalismo social cada vez más radical del Partido Demócrata se convierte alguna vez en un cisma, tendremos que esperar y ver.
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