European Eye on Radicalization
Yemen en crisis: El camino hacia la Guerra (“Yemen in Crisis: The Road to War”) de Helen Lackner fue publicado por primera vez el 2017 y reeditado a principios de este año. El libro cubre ampliamente y es bastante informativo acerca de la historia reciente de Yemen. Las deficiencias se hacen evidentes en la evaluación de la situación contemporánea, pues las inclinaciones políticas de Lackner de alguna forma obstruyen su análisis.
El libro está dividido en diez capítulos que abarcan: la crisis desde el 2011; la intrusión extranjera en Yemen; los múltiples acuerdos políticos en Yemen desde 1960; el partido islamista (sunita) Al-Islah, rama yemení de la Hermandad Musulmana; el movimiento alineado con Irán conocido previamente como Ansarallah, más conocido como hutíes; el movimiento separatista del sur; el tribalismo; los efectos de la escasez de recursos, particularmente el agua; los cambios económicos neoliberales impuestos internacionalmente; y la migración desde áreas rurales hacia las ciudades.
Lackner estudió Yemen durante cuatro décadas, lo que le permitió detectar cambios en el país que pudieron pasar desapercibidos por otros. Las tendencias identificadas por Lackner son especialmente pronunciadas en la dimensión social. Por ejemplo, la tribu, si bien continúa siendo una unidad “fundamental” en la construcción de la sociedad yemení, según Lackner, se ha debilitado como fuente de autoridad e identidad en la medida que los militares y una cleptocracia política expandieron su control. Y el estatus otorgado alguna vez por origen es hoy en día usualmente determinado por la riqueza, que, según explica la autora hasta cierto punto, es tanto un resultado como una reafirmación de la pequeña élite predatoria que acapara la mayor parte de la riqueza para sí.
Lackner hace un buen trabajo trasportando al lector a través de la historia moderna de Yemen. El momento crucial fue la caída del régimen clerical chiita-zaydista en 1962 y el estallido de una guerra civil tras el intento de la dinastía de los imames por recuperar el poder—con el apoyo de Arabia Saudita, dicho sea de paso, demostrando que la política de Riad respecto a Yemen no obedece a un sectarismo inconsciente como afirman sus críticos. En definitiva, los sauditas y el Irán del Shah, que apoyaba a los imames contra los republicanos apoyados a su vez por el régimen radical panárabe de Jamal Abd al-Nasser, fueron derrotados.
Durante la guerra, que duró ocho años, el sur del país se separó y formó la República Democrática Popular de Yemen (RDPY), comúnmente conocida como Yemen del Sur, el único estado comunista que alguna vez existió en el mundo árabe. Subsidiado extensamente y bajo el control en aspectos cruciales por la Unión Soviética, RDPY representaba una amenaza para los estados del Golfo alineados con Occidente, notablemente apoyando la insurgencia comunista en Omán, que fue aplacada gracias a la asistencia extranjera, principalmente por parte del Shah y en alguna medida de los británicos.
Yemen fue reunificado en 1990, pero entonces surgió un problema inmediato: el Presidente Ali Abdullah Saleh apoyó a Saddam Hussein en la ocupación de Kuwait, provocando la furia entre los otros estados del Golfo, y la repatriación de millones de yemeníes, cuyas remesas se perdieron y jamás fueron recuperadas luego que éstos fueran reemplazados por trabajadores del subcontinente. Yemen luchó asimismo por conseguir financiamiento internacional por muchos años tras esos sucesos. Según relata Lackner, ello fue un castigo orquestado por los estadounidenses por su oposición durante la Guerra del Golfo de 1990-1991. Pero este es uno de los problemas recurrentes a lo largo del libro: Lackner aparentemente desea corregir la costumbre de observar a Yemen a través de la lente de protagonistas extranjeros y reponer la agencia de Yemen, y sin embargo en este caso desvía la responsabilidad por una herida completamente autoinfligida por el gobierno yemení hacia los extranjeros.
Lackner es más contundente cuando observa que el ostentoso apoyo de Saleh a la Guerra contra el Terrorismo de los EE.UU. tras los ataques del “11 de Septiembre” fue un intento intencional por evitar el error cometido once años antes—y que los EE.UU. dio un paso en falso al aproximarse a Yemen, apreciando al país principalmente a través de una lente contraterrorista, sin percatarse sino hasta mucho más tarde que Saleh siempre fue un aliado poco confiable en dicha causa.
El sustancial resumen de Lackner en cuanto a que “los EE.UU. no cuentan con una política sobre Yemen, sólo con una política contra el terrorismo” fue esencialmente cierta hasta el 2018. Tampoco puede discutirse mucho contra su afirmación respecto a que “se necesita enfocar … la atención en los problemas reales que enfrentan los yemeníes, antes que asuntos simplistas como el contraterrorismo, cuya importancia es infinitamente menos importante”.
Un gran aporte de Lackner consiste en llamar la atención sobre la naturaleza extremadamente complicada, contradictoria y cínica del régimen de Saleh cuando se trataba de lidiar con grupos militantes, tanto hutíes como el Al-Qaeda de la Península Arábica (AQAP por sus siglas en inglés). Una razón fundamental por la que los hutíes fueron capaces de levantarse desde las áreas marginales—incluso dentro de su propio territorio al norte—para asumir un espacio central en la política yemení, fue la asistencia encubierta de Saleh desde hace una década (más sobre esto, líneas abajo).
En lo que respecta a AQAP, la situación es más turbia y rara vez ha sido explorada, pero la línea difusa entre Estado y terroristas guarda analogía con lo acontecido en Argelia durante la década de los 90’s y más recientemente en Siria, donde el gobierno manipuló a los jihadistas insurgentes para derrotar a la oposición doméstica y conseguir apoyo internacional. Tal como lo plantea Lackner, “mientras la presencia de Al-Qaeda en Yemen es indiscutible, muchos de sus líderes tienen relación de algún tipo con veteranos políticos yemeníes, creando una situación compleja.” Lo que no es complejo es lo que Saleh consiguió: entrenamiento avanzado para sus fuerzas de élite y gran cantidad de efectivo proveniente de la ayuda internacional.
Desafortunadamente, Lackner no se mantiene en curso en este importante punto sobre amenaza de inflación; ella se extiende demasiado y se desvía hacia teorías de la conspiración. “La realidad es que este demonio (AQAP) es más una criatura de la propaganda política de Occidente que una auténtica amenaza internacional,” escribe Lackner. La realidad es que AQAP fue durante bastante tiempo la ramificación más peligrosas de Al-Qaeda, lanzando planes terroristas desde Paris hasta Detroit, donde un avión estuvo cerca de ser derribado, y produciendo a quien quizá sea el ideólogo más peligroso que el movimiento jihadista haya conocido, Anwar al.Awlaki, cuya influencia continúa todavía, ocho años después que fuera asesinado.
La misma tendencia hacia la conspiración y por desviar responsabilidades por las aflicciones de Yemen hacia los extranjeros se aprecia en la discusión de Lackner acerca de “neoliberalismo”, una explicación cubre-todo para la mala fortuna de Yemen que comenzó con las reformas estructurales aparentemente “impuestas” a Yemen como precio para acceder a préstamos del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y otras instituciones de la globalización. El primer contacto de Lackner con Yemen tuvo lugar a través de un programa para trabajos rurales en lo que ella denomina el Yemen del Sur “socialista”, y evidentemente esa inclinación de juventud jamás le abandonó. Ese sesgo no constituye necesariamente un problema; todos tenemos sesgos. Pero con demasiada frecuencia ella permite que los suyos determinen su percepción, lo que le lleva a algunos análisis flojos y simplistas sobre asuntos económicos en Yemen, lo que es una lástima en un libro rico en información y muy cuidadoso en su presentación.
Las protestas de la “primavera árabe” en Yemen el 2011 fueron más grandes y duraderas que en otros estados árabes, como lo nota Lackner. Ella narra los esfuerzos por derrocar a Saleh, su resistencia y su renuncia definitiva, el lanzamiento de la Conferencia por el Diálogo Nacional (CDN) en un intento por encontrar una vía hacia adelante, el fracaso de este intento, preparando el camino de descenso hacia la guerra civil.
Lackner afirma que el gobierno interino posterior a Saleh, encabezado por Abdrabbuh Mansur Hadi y a cargo de supervisar la CDN, fue uno de los grupos más incompetentes y corruptos que Yemen tuvo jamás, minando la oportunidad y la moral del movimiento reformista—y cualquiera que haya pasado algo de tiempo con los yemeníes ha escuchado manifestar este punto de vista, independientemente de toda posición política.
Las razones para el fracaso de la CDN son numerosas. Lackner apunta a la inhabilidad—y en realidad a la falta de voluntad—de parte tanto de los yemeníes como de la comunidad internacional para consagrar a las unidades militares más poderosas bajo el control de Estado; en lugar de ello, Saleh se mantuvo al acecho. La participación decisiva en la CDN de elementos que fueron parte del sistema de Saleh, incluyendo a islamistas de Islah, y la exclusión de mujeres, jóvenes y la sociedad civil, también jugó un papel en el fracaso, como lo hizo la N.U., que como siempre manejó una política de lo peor de todos los mundos, interfiriendo con la CDN cuando no debía y ausentándose en áreas donde hubiese sido de ayuda, como establecer una agenda para que el poco tiempo disponible pudiese emplearse sabiamente en resolver asuntos urgentes.
Si bien todos estos factores fueron importantes, lo que definitivamente destruyó a la CDN y al proceso de transición fue el golpe de estado de los hutíes, que ocurrió en tres etapas: la acumulación de armamento y el avasallamiento de tierras limítrofes al norte; la toma de la capital, Sana’a, en septiembre de 2014, posible sólo gracias a la colaboración de Saleh con los hutíes; y el derrocamiento formal del gobierno en enero de 2015, tras lo cual Hadi y muchos de sus colegas huyeron hacia Aden.
Lackner reconoce que esta serie de sucesos, y el hecho que los hutíes se movilizaran agresivamente hacia Aden en marzo de 2015, provocaron la intervención de la coalición liderada por los sauditas en un intento por reinstaurar al gobierno internacionalmente reconocido de Hadi. “Sin la intervención de la coalición liderada por los sauditas, no cabe duda que las tropas conjuntas hutíes y a favor de Saleh hubiesen tomado control de todo elpaís en poco tiempo”, afirma Lackner, lo que hubiese ocasionado “una insurgencia de largo plazo” y disturbios por todo Yemen.
Y sin embargo Lackner escribe como si permitir que las fuerzas hutíes y pro-Saleh invadiesen Yemen fuese el mal menor ante la “internacionalización” de la guerra, un término que ella utiliza repetidamente, denotando su suposición subyacente y equivocada en cuanto a que la guerra no era ya entonces conducida por estados extranjeros, a saber Irán, que apoyó al golpe de estado de los hutíes. En lugar de ello, Lackner se refiere a Arabia Saudita y sus socios, como Emiratos Árabes Unidos (E.A.U.), estados que reaccionaron contra el juego de poder de Irán, como “los agresores externos más importantes en la guerra civil” [las cursivas se añaden aquí]. Ella culpa asimismo a la coalición saudita por la amenaza de hambruna, pese a que reconoce que el “poder de los hutíes se basa en la intimidación”, a saber “el temor a ser detenido y las amenazas de que se le retengan lo más básico para sobrevivir”. La práctica de los hutíes de robar ayuda humanitaria es bien conocida actualmente.
Lackner recurre a esta tendencia a lo largo del libro: un reconocimiento formal de lo que son los hutíes—ella escribe en algún punto, correctamente por cierto, que “existe poca diferencia entre las normas sociales [que los hutíes y AQAP] intentan imponer”—antes de continuar minimizando el extremismo y el autoritarismo de los hutíes.
Los “objetivos ideológicos de los hutíes son limitados y difíciles de descifrar”, afrima Lackner, “y parecieran basarse sobre todo en la creencia de la supremacía y el derecho a gobernar de los provenientes de Sa’da, una región al norte de Yemen de mayoría zaydista”. Pero esto no es cierto, y los hutíes son bastante claros al respecto. Su ambición es restaurar el régimen clerical de los imames; su creencia es que Dios, no la geografía, les confiere l derecho a gobernar.
De igual forma. Lackner minimiza “la participación de Irán al lado de los hutíes”, que es, sostiene ella, “ampliamente exagerada”. Una vez más, los propios hutíes exponen su extensa conexión con la ideología gobernante en Irán, wilayat al-faqih (que no se menciona ni una sola vez en el libro), y esto sólo se ha hecho más obvio con el tiempo, como también los vínculos materiales de los hutíes con el régimen iraní.
Tampoco puede negarse que Lackner toca un buen punto al afirmar que la internacionalización del conflicto en Yemen ha hecho más difícil su solución. No sólo existe una división entre el bloque saudita-emiratí y Qatar dentro del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), pero los sauditas y los emiratíes tampoco coinciden en todos los aspectos. Los sauditas están dispuestos a trabajar con Al-Islah; los emiratíes no. Los sauditas están a favor de la unidad territorial de Yemen; los emiratíes están más abiertos a los reclamos secesionistas del sur. Reconocer estos temas, y sin embargo al mismo tiempo desechar las pretensiones imperialistas de Irán en Yemen como “falsas afirmaciones”, constituye, cuando menos, un grave error, y en el peor de los casos es permitir que la política nuble el análisis.
Lackner comienza la introducción a la versión actualizada de su libro indicando que Yemen ha alcanzado la primera plana de los periódicos del mundo y ha sido objeto de discusión en el Congreso de los EE.UU. y de otras legislaturas occidentales, sobre todo como efecto secundario de la campaña contra Arabia Saudita tras el asesinato de Jamal Khashoggi. Lackner aplaude este hecho, pero no debiera hacerlo. Cualquiera sea el punto de vista que se adopte sobre el caso Khashoggi, Yemen merece ser considerado bajo sus propios términos, no como un subcomponente de la política occidental sobre Arabia Saudita. Esto es especialmente cierto toda vez que ninguna persona seria cree que simplemente deteniendo en estos momentos la misión de la coalición liderada por los sauditas en Yemen, vaya a traer paz duradera a este país. Pero Lackner, capaz de criticar lo que las partes en contienda hicieron inapropiadamente, decepciona cerrando sin una propuesta seria, siquiera en principio, sobre cómo se podría enmendar lo hecho.