Docenas de películas y novelas sobre desastres nos han mostrado, con cierta dosis de petulancia, cómo la civilización y sus reglas colapsan fácilmente frente a eventos apocalípticos, transformando a los seres humanos que normalmente son decentes a un estado salvaje y hobbesiano de guerra generalizada por la supervivencia. A juzgar por las reacciones a las etapas tempranas de la epidemia del Coronavirus, uno debería realmente concluir que estas representaciones son optimistas: la civilización puede colapsar mucho antes de que el asteroide alcance a la Tierra.
Desde todo el mundo, se reportan diariamente incidentes de racismo y xenofobia relacionados al brote del virus, a tal punto que Wikipedia ha dedicado una página específica al fenómeno. De acuerdo con la Liga Antidifamación, las teorías de conspiración y “boogaloo” (un término usado por extremistas para denotar un inminente estado de anarquía, violencia generalizada y guerra civil) están floreciendo en torno a la histeria del Coronavirus.
Seamos claros sobre este punto: “histeria” es algo distinto de un miedo legítimo, y no todas las sospechas en cuanto al origen del patógeno pueden ser fácilmente descartadas como “teorías de conspiración”. Las preocupaciones con respecto a la posible creación artificial del Coronavirus están siendo planteadas incluso por la comunidad científica y el Senado de los Estados Unidos. Después de todo, una dictadura que carece de prensa libre, un sistema judicial independiente y oposición parlamentaria, la cual mantuvo la propagación de la epidemia en silencio durante semanas y castigó a quienes dieron la alerta, no puede asegurar un historial inmaculado de confiabilidad. El régimen chino es tan reservado y está tan sediento de supremacía mundial que es capaz de persuadir a la opinión pública internacional de que sus laboratorios militares nunca jugarían al aprendiz de hechicero.
Independientemente del origen del virus, el Wall Street Journal mencionó con razón que “las quejas en Pekín acerca de que los Estados Unidos rehúsan la entrada a no ciudadanos que recientemente pasaron tiempo en China no puede esconder la realidad de que las decisiones que permitieron que la epidemia se propagara tanto y tan rápidamente como lo hizo fueron tomadas en Wuhan y Pekín”. A propósito, lejos de intentar cualquier cosa parecida a la autocrítica, la reacción de China fue expulsar a tres corresponsales de Journal en represalia a la publicación del artículo.
No son las conjeturas sobre el régimen las que están revelando el lado oscuro de nuestra alma. Ni es el miedo comprensible a un virus del que la comunidad científica todavía sabe muy poco. De lo que deberíamos preocuparnos, en lugar de ello, es del uso de teorías de conspiración para demonizar a ciertas personas, y el derroche de racismo y ataques en la vida real contra individuos.
Ciertamente, como escribe The Economist, “la etnofobia desatada por el virus es a veces sutil y difícil de separar de los miedos exagerados hacia el patógeno en sí”. Sin embargo, ciertos artículos de prensa también se agrupan vagamente, bajo los denominadores comunes de “discriminación” y “xenofobia”, en cuanto a los ataques claramente racistas como a las medidas meramente prudenciales, como es el caso de la decisión de ciertos directores de escuelas para rehusarse a admitir a todos los estudiantes que llegan de China (independientemente de su nacionalidad) hasta que un examen médico los haya declarado sanos.
Para empezar, sería bueno distinguir entre “xenofobia” y “virufobia”, un término que tiene el “mérito” de no discriminar entre potenciales propagadores de una plaga ya sean blancos, amarillos o marrones. Desde esta perspectiva, el episodio de ucranianos atacando con piedras y fogatas a los buses que llevaban a sus propios compatriotas evacuados desde China es emblemático. (El caso ucraniano también fue una lección objetiva en cuanto a desinformación: el correo electrónico en masa que precipitó el pánico y la violencia fue fabricado fuera del país, probablemente por el gobierno ruso.)
Tales reacciones histéricas son muy diferentes en naturaleza a los excesos de precaución que no son necesariamente irracionales: de acuerdo con algunos científicos médicos, las autoridades en realidad están subestimando al virus, y por lo tanto no están tomando las medidas necesarias para evitar su propagación. Uno de los expertos italianos en vacunas más respetados ha ido tan lejos como para pedir que las autoridades pongan en cuarentena a todos aquellos que regresan desde China, enfatizando que esto no tiene nada que ver con la etnia, pero se trata de un asunto de pura prudencia médica frente a un patógeno extremadamente contagioso y que todavía es desconocido en gran medida. El caso reciente de un hombre italiano, que se encuentra en una seria condición tras haber sido infectado aparentemente por un hombre de negocios sin síntomas retornando desde China, parece confirmar esta tesis.
Habiendo aclarado este punto, regresemos a lo que realmente debería preocuparnos.
Los supremacistas blancos en Telegram, 4Chan y Gab están aprovechando la epidemia para difundir el antisemitismo, ya sea retratando a los judíos como las mentes maestras tras el brote, o valorando el virus como el deus ex machina de un nuevo holocausto o de la aniquilación de Israel: “¡3 cayeron, faltan 5,999,997”, escribió alguien en Telegram después de que tres israelíes fueron puestos en cuarentena.
Pero quienes aparecen como objetivo más agresivamente, por obvias razones, son las personas de China o quienquiera que pudiera parecer tal. Ciertos usuarios de redes sociales han descrito a los chinos como “desagradables”, han dicho que “merecen” este destino como una forma de venganza de la Naturaleza, han llamado al virus un “castigo divino”, e incluso han deseado que el Coronavirus extermine a todas esas “sucias bestias” chinas de una vez por todas.
También fuera del internet, los chinos o meramente la gente oriental ha sido insultada solamente por tener ojos rasgados. Están ocurriendo ataques violentos. En Londres, un joven del este de Asia fue atacado, robado y golpeado por adolescentes que le gritaban “Coronavirus”. En el Barrio Chino de Nueva York, un hombre atacó a una mujer asiática en el subterráneo llamándola “p**** enferma”. En Italia, un hombre filipino incluso fue hospitalizado después de que matones lo atacaran por ser un “chino infectado”.
Estas anécdotas representan una tendencia más amplia y no una nueva. Tanto en la historia remota como en la reciente, los grupos etiquetados como extranjeros han sido el arquetipo de chivos expiatorios para culparlos por cualquier tipo de plaga. Este último simplemente funciona como un gatillo, detonando sentimientos más profundos y oscuros – una “xenofobia” latente, pero siempre presente, en su sentido etimológico de aversión al extranjero.
En estos días cuando estamos de luto por nueve personas que fueron asesinadas brutalmente por un terrorista supremacista blanco en Hanau, Alemania, estamos llamados a tomar algunas lecciones de su manifiesto. En su delirio consciente, él hizo un llamamiento al exterminio de los no blancos, la destrucción de los países del Medio Oriente y la aniquilación de las “razas destructivas”.
Mensajes como “¡3 cayeron, faltan 5,999,997!”, o “esperemos que el virus extermine a esas sucias bestias de una vez por todas” no son distintos cualitativamente de estos principios. Obviamente, esto no es afirmar que las personas en cuestión sean terroristas potenciales – del mismo modo que un musulmán celebrando las masacres de ISIS sobre los infieles no es necesariamente un precursor de que él tome las armas en Siria o se haga explotar en un aeropuerto. Ciertos mensajes podrían incluso representar un arranque ocasional, aunque no justificable, de frustraciones personales de personas que de otro modo son pacíficas y llevan una vida social normal.
No obstante, en cierto sentido esto empeora las cosas aún más. Significa que el odio ha sido normalizado y que ciertas ideas son capaces de echar raíces en el público promedio, como una célula cancerosa en un cerebro saludable. No todos los 17 millones de alemanes que votaron por Hitler en 1933 estaban soñando con el Holocausto. Desafortunadamente, las células cancerosas tienen la actitud de reproducirse descontrolada y rápidamente cuando encuentran suelo fértil, y una sociedad que está perdiendo sus anticuerpos corre el riesgo de desarrollar metástasis silenciosamente.
Nueve cadáveres están allí para recordarnos que una cura, en ese punto, llega muy tarde.