Isaac Kfir, Advisory Board, International Institute for Justice and the Rule of Law and Adjunct Professor, Charles Sturt University
En noviembre de 2019, el Joint Terrorism Analysis Centre británico recomendó que la amenaza de terrorismo en el Reino Unido se redujera de severa (un ataque es muy probable) a sustancial (un ataque es probable). El comisionado adjunto Neil Basu, jefe de la policía antiterrorista, explicó que hubo «acontecimientos positivos» en la lucha contra el terrorismo que redujeron la amenaza a su nivel más bajo desde 2014. Uno de esos acontecimientos fue el asesinato de Abu Bakr Baghdadi por los comandos de la Fuerza Delta del Ejército de los EE. UU. en octubre de 2019. Otro logro fue la captura de la última fortaleza del Estado Islámico (EI) en Siria, la ciudad de Baghouz, por las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) lideradas por los kurdos en marzo de 2019, terminando efectivamente su llamado califato.
Si bien el EI ha perdido su control territorial, hay nueva evidencia de que, junto con otros grupos terroristas, ha estado reconstruyéndose y llevando a cabo operaciones. Un ejemplo es el reciente asesinato de dos marines estadounidenses en un tiroteo cerca de Erbil (Irak). Mientras tanto, en todo el Sahel, el EI y Al-Qaeda han estado cooperando, intensificando los ataques en los últimos meses, ya que percibieron una oportunidad para desestabilizar aún más la región. Estos grupos han aprovechado la reciente agitación política, donde los Gobiernos no han podido proporcionar seguridad y empleos a sus ciudadanos.
Si bien Occidente no ha experimentado ataques terroristas masivos durante años, esto no significa que la amenaza terrorista esté disminuyendo. Ignorar la amenaza salafista yihadista ahora, especialmente en este momento que los Gobiernos centran sus esfuerzos en combatir el COVID-19, es un gran error.
Narrativas adaptables
Bulama Bukarti, analista en temas de África subsahariana y experto en Boko Haram, ha descrito al salafismo yihadista como «oportunista y experto en aprovechar la confusión y el caos para promover sus objetivos ideológicos». Según Bukarti, si la pandemia llega a países musulmanes, los salafistas yihadistas ya han inventado varias teorías de conspiración que afirman que Occidente, judíos e infieles son los responsables. Si el virus no llega a los musulmanes, especialmente en áreas de control salafista yihadista, lo describirán como protección divina de los fieles.
De hecho, la pandemia del COVID-19 ha envalentonado a muchos grupos salafistas yihadistas que ven el virus como una oportunidad para desafiar medidas efectivas de lucha contra el terrorismo que han debilitado su red global. Un editorial reciente en al-Naba, el canal oficial online del EI, afirmó que el COVID-19 fue enviado por Dios para vengar la persecución de los uigures por parte de China. El editorial titulado «la venganza de tu Señor es severa» está tomado directamente de un verso coránico de la surah Al-Buruj. El experto en terrorismo, Nur Aziemah Azman, explica que esta surah se refiere a un momento en que la persecución de los musulmanes estaba en su apogeo, pero también sirve como un recordatorio de que aquellos que permanecieron firmes en su fe fueron recompensados. Azman cree que este es un mensaje claro para todos los salafistas yihadistas para que sigan con la campaña para restaurar el califato.
El factor del precio del crudo
También es importante entender cómo la caída de los precios del petróleo debido al virus probablemente impulsará el reclutamiento de grupos terroristas. A medida que los Gobiernos imponen restricciones masivas a los movimientos para frenar la propagación del virus y los viajes casi se han detenido, los precios del crudo estadounidense cayeron al mínimo de los últimos 17 años a mediados de marzo.
Esto ha tenido un tremendo impacto en países como Irak, donde el petróleo genera el 90% de sus ingresos. Antes del brote del COVID-19, los observadores eran optimistas de que el país había superado una etapa crítica, especialmente con la derrota del Estado Islámico. El Banco Mundial incluso anticipó que el PIB de Irak crecería un 5,1% en 2020. Sin embargo, ahora con el crudo rondando los 23 dólares por barril (el presupuesto 2020 se basó en un precio proyectado de 56 dólares por barril), el país se encuentra en una posición difícil. Esto es especialmente desafiante porque alrededor del 30% de los iraquíes dependen de trabajos o contratos del Gobierno, lo que significa que el Estado gastó alrededor de 47 mil millones de dólares en salarios, pensiones y bienestar social en 2020. La situación es tan grave que cuando el ministro de salud de Irak le pidió al Gobierno 5 millones de dólares para fondos de emergencia para ayudar a combatir la propagación del COVID-19, le dijeron que no se podía entregar el dinero.
La falta de oportunidades de empleo probablemente llevará a las personas a unirse a grupos como el EI que ofrecen salarios. Las arcas del EI todavía están muy llenas, en gran parte debido al hecho de que el grupo tiene registros de aproximadamente 7 u 8 millones de personas, lo que los hace vulnerables a la extorsión. Asimismo, el grupo terrorista pudo sacar de contrabando 400 millones de dólares de Irak y Siria. Además, la mayoría de sus redes ilícitas siguen operativas y generan ingresos adicionales. Esto se debe en gran parte a que el EI usa a muchos líderes tribales iraquíes y sirios como intermediarios, lo que les permite tomar una parte de las operaciones de contrabando. Irónicamente, el hecho de que el grupo ya no controle territorios significa que los costos operativos han disminuido sustancialmente. Esto significa que tiene más dinero para gastar en reclutamiento, entrenamiento y compra de armas.
El caso de África subsahariana
Patrones similares están ocurriendo en África subsahariana, que ha visto un aumento en la actividad salafista yihadista, en parte, por el regreso de combatientes extranjeros, pero también porque los programas de ayuda occidentales han tenido que reducir sus actividades y la distribución de alimentos debido al virus, ya que los confinamientos han causado una caída masiva o un alto en la producción.
Al parecer los yihadistas salafistas también están aprovechando el comercio informal de oro en Burkina Faso, Malí y Níger (por un valor de 2 mil millones de dólares), lo que los hace muy atractivos para las personas que viven con un dólar o dos al día. A medida que la ayuda internacional se agota, son los terroristas quienes ahora tienen más dinero y oportunidades para ofrecer a la gente.
Conclusión
En conclusión, la pandemia del COVID-19 le ha dado a los salafistas yihadistas la oportunidad de revertir muchas de las pérdidas que han sufrido en los últimos años. A medida que los países de todo el mundo imponen confinamientos a sus respectivas poblaciones, redirigen su ayuda exterior a la asistencia interna, ignoran los abusos de los derechos humanos y reducen sus compromisos contra el terrorismo, los salafistas yihadistas se fortalecen. Ya han inventado narrativas que rodean la pandemia, profesando que el virus es una especie de retribución divina para los no creyentes y que se presenta en un momento oportuno para promover la causa yihadista. Por lo tanto, debemos ser conscientes de que luchar contra el COVID-19 ha reducido severamente nuestra capacidad de combatir el terrorismo y ha dado a los yihadistas la oportunidad de expandir su influencia.