Mathew Giagnorio
En años recientes se han realizado esfuerzos sustanciales en materia de delitos y seguridad informáticos, con especial enfoque en combatir a la propaganda extremista en línea para evitar que ejerza influencia sobre los jóvenes, radicalizándolos hasta convencerlos de unirse a grupos como ISIS. Las agencias de seguridad internacionales y los académicos especializados han advertido que la cuestión no pasa únicamente por desviar a los jóvenes de la propaganda extremista en línea, sino también en crear y promover una contra-narrativa que evite la radicalización como tal.
Analizando la pertinente pregunta planteada por Nikita Malik en su artículo publicado por Forbes “¿Quién tiene el poder para regular el contenido extremista en Internet?” (Who Has The Power To Regulate Extremist Content on the Internet?), descubrimos un área importante fuera del ciberespacio que pareciera haber sido olvidada: la importancia del aislamiento comunitario en la radicalización de la juventud musulmana.
El caso de Shamima Begum, por ejemplo, ha sido visto, quizá incluso exhaustivamente, a través de la lente de los efectos de su elección por viajar a Siria para unirse a Daesh. En efecto, se han escrito múltiples análisis y puntos de vista sobre su actual situación jurídica y los factores que la determinan. Sin embargo, ha existido mucho menos interés e investigación sobre los afectos que la llevaron a sentir un apego o conexión, mucho antes de partir físicamente hacia el territorio ocupado por ISIS. Cuando se le preguntó en una reciente entrevista para Sky News “qué había conducido a una niña de 15 años a marcharse a Siria”, ella respondió que “los vídeos en línea me atrajeron … como lo hicieron con muchas otras personas”. Esto plantea la obvia pregunta de por qué estos vídeos – muchos de ellos explícitamente grotescos – despertarían la simpatía y conexión de Shamima y numerosos jóvenes musulmanes hacia los objetivos de Daesh.
‘El aislamiento comunitario’, consistente en el aislamiento de grupos y de sus miembros, específicamente los jóvenes, entre los confines de las costumbres y tradiciones de sus comunidades, comúnmente adoptando prácticas ortodoxas, al mismo tiempo que no les es posible, o incluso se les tiene prohibido, la movilidad social fuera de los límites de su comunidad, sin duda juega un papel en la radicalización de la juventud. Esta ‘radicalización comunitaria’ representa un obstáculo para la interconexión entre grupos distintos y al interior de éstos mismos, provocando un marco limitado de identidad de grupo único y una red social igualmente limitada, lo que da lugar a una perspectiva singular aislada sobre temas y asuntos internos (introspección comunitaria) y externos (extroversión social). De esta forma, el aislamiento acaba actuando como catalizador de influencias y motivaciones islamistas. El poder de la influencia de una comunidad, como poder en sí mismo, es neutral – tómese como referencia a Nelson Mandela o a Augusto Pinochet – y puede ser una fuerza tanto positiva como negativa.
Fuerza positiva
Ésta se aprecia cuando la comunidad se vincula con la sociedad que le rodea y alienta a sus miembros a hacer lo mismo, en busca de intereses individuales fuera de la comunidad e involucrándose en actividades y eventos que amplíen sus horizontes, al mismo tiempo que permite a individuos de esa sociedad más amplia y de otras comunidades involucrarse en actividades dentro de la primera. Se basa en la apertura, en la diversidad que nace de la interacción cultural, y en compartir ideas, historias y costumbres. Sostiene que la participación comunitaria y social – solidaridad humanista – son igualmente importantes y mutuamente beneficiosas. Al mismo tiempo, reconoce que los miembros de la comunidad son seres humanos, que no son objetos limitados sino ‘criaturas esféricas’ que se desarrollan y crecen en términos de identidad. Promueve así una auténtica experiencia multicultural.
Fuerza negativa
Existe en comunidades que sólo buscan en su interior ‘lo que es mejor para la comunidad’, evitando que ella y sus miembros puedan tener una mayor interacción social con la sociedad más amplia que les rodea – ‘extroversión social’, en el sentido de ‘oligarquía colectiva’-; los miembros de la comunidad actúan al interior de ésta como agentes contra sus semejantes para prohibir o limitar sus experiencias personales y sociales, y la formación de puntos de vista y creencias fuera de la comunidad. Preserva una mentalidad de ‘nosotros’ y ‘ellos’ dentro de la estructura social. Provoca una crisis de identidad fundamental entre los miembros dada la dinámica de grupo: religión, comunidad, familia e identidad individual. Quienes se aparten de los valores y de las dinámicas de la comunidad, se exponen al rechazo y a la alienación. Los puntos de vista radicales y las tendencias extremistas no son vistas como tales debido a la estructura aislacionista de la comunidad – la narrativa de ‘así fue como me criaron’.
Haciendo hincapié en esto último, uno se percata de la importancia de la inexistencia de o la restricción a una ‘participación social’ – entendiéndose por tal la participación en y la formación de vínculos al exterior de la comunidad –, toda vez que, según lo confirma Brandon Sparke, “la conducta de una persona y su pensamiento crítico se convierte en gran medida en una función dentro de la dinámica de grupo”. Esta ‘cultura comunitaria’ absorbe a sus miembros dentro de un colectivo, sometiéndolos a un conjunto de estándares éticos y morales de comportamiento distintivos e inalterables, resultado de la maraña de religión, comunidad, tradición, familia y la forma como el individuo se define en función a todos ellos, que se refuerza permanentemente a través de las presiones internas, expresión de esta fuerza negativa. Puede afirmarse, sobre la base de eventos recientes, que la juventud musulmana se halla en mayor peligro de exponerse a los efectos de, o de llegar a conformar, la ‘radicalización comunitaria’, que si bien no necesariamente es un requisito para el extremismo violento, puede conducir a él.
Los jóvenes musulmanes que sufren el aislamiento comunitario acabarán siendo víctimas de éste. Tal es el caso de la mujer kurda británico-iraquí, Banaz Mahmod, asesinada en 2006 bajo la figura de ‘muerte por honor’, debido a rígidas tradiciones impuestas por nexos familiares y comunitarios – una extensión del principio in loco parentis, que da lugar a una relación simbiótica integracionista entre identidad y pertenencia al grupo. La razón invocada para su asesinato fue que ella se había negado a que esos nexos determinasen sus acciones, controlasen a quién veía y a dónde iba. En conclusión, Banaz fue víctima del extremismo violento desarrollado al interior de una familia y unos nexos comunitarios radicalizados. Su caso es un ejemplo de la comunidad como ‘fuerza negativa’. Entender esta relación simbiótica radical es vital para los métodos PVE para contrarrestar su expansión de ideologías religiosas extremistas y evitar que degeneren en manifestaciones violentas dentro de comunidades aisladas.
Otro efecto es que los jóvenes no pueden desvincularse de los estándares éticos y morales de comportamiento como tampoco de las dinámicas de grupo impuestas por la comunidad, lo que lleva a la construcción de un complejo, si bien singular, marco de ‘cómo’ y ‘con quién’ ellos se identifican. En consecuencia, los jóvenes se hacen cada vez más vulnerables a ideologías islamistas pre-existentes orientadas a la identidad de grupo dentro de su comunidad (Verkuyten 2018), una vulnerabilidad que puede ser explotada sistemáticamente por la retórica de los miembros islamistas de la comunidad al servicio de ciertos temas, algunos de los cuales pueden incluso ser reivindicaciones históricas legítimas, empleando “una narrativa de la autocompasión, apuntando a subrayar las injusticias enfrentadas por los musulmanes, ya sea en países de mayoría musulmana como en Europa”. (Brzuszkiewicz 2018). En otras palabras, dentro de esta limitada esfera social de aislamiento comunitario. La combinación entre la explotación mencionada, ideologías prexistentes, dinámicas de grupo y restricciones conductuales y morales, produce un ambiente reservado donde la radicalización de la juventud no sólo se produce, sino que incluso puede ser percibida como ‘normal’ bajo el contexto de la estructura y el medio comunitario.
Soluciones
Contrario al propósito de popularizado término ‘compromiso comunitario’, según el cual la estructura sociopolítica ‘externa’ se acepta la estructura sociopolítica ‘interna’ de la comunidad, es más bien la comunidad quien debe abrirse también hacia el exterior, asumiendo una mayor ‘participación social’ pública. Se necesita ambos compromisos/interacciones entre estas estructuras para prevenir la radicalización y los actos colectivos de extremismo violento. Promoviendo la ‘fuerza positiva’ como un sistema de PVE para contrarrestar la radicalización de la juventud, se evitará la capacidad de las tendencias extremistas para ejercer su influencia y promover la radicalización comunitaria de los jóvenes musulmanes, actuando como catalizadores entre las conexiones al interior del grupo y grupos extremistas como Daesh. Por lo tanto, desmantelar la reforzada estructura de ‘normas’ de aislamiento comunitario, a través de contra-narrativas, juega un rol importante en la desacreditación de las interpretaciones extremistas y de la retórica islamista. Así, se crearían vías para la participación de jóvenes musulmanes en la sociedad, a nivel local y nacional, se aseguraría la formación de lazos sociales más fuertes, fuera de la comunidad.
Brzuszkiewicz, Sara. 2018. «“Radicalisation in Europe after the Fall of Islamic State: Trends and Risks. European View 17 (2): 145–54.
Sparke, Brandon. 2019. «The religious vs. social radicalisation debate: current understandings and effects on policy.» Journal of Policing, Intelligence and Counter Terrorism 14 (1): 82-96.
Verkuyten, Maykel. 2018. «Religious Fundamentalism and Radicalization Among Muslim Minority Youth in Europe.» European Psychologist 23: 21-31.