European Eye on Radicalization
El último ataque terrorista en Reading destacó la continua amenaza del extremismo islamista y renovó los interrogantes sobre las políticas de extremismo de Gran Bretaña.
Khairi Saadallah mató a puñaladas a tres personas: James Furlong (36 años), David Wails (49) y Joe Ritchie-Bennett (39), en un ataque que luego se declaró como acto terrorista en Forbury Gardens, el pasado 20 de junio. Saadallah de 25 años, está siendo juzgado por tres cargos de homicidio y tres tentativas de homicidio.
Inicialmente hubo cierta confusión sobre las motivaciones de Saadallah, planteándose la posibilidad problemas de salud mental. Esta falsa dicotomía pronto se disolvió y la devoción de Saadallah al Estado Islámico (EI) quedó clara. Lo que también quedó claro fue que Saadallah había estado en contacto con el sistema británico de lucha contra el extremismo pero logro eludirlos. Esto ha sucedido varias veces recientemente.
En febrero pasado, Sudesh Amman fue asesinado a tiros después de que comenzó a apuñalar a la gente en una concurrida calle en el sur de Londres. Amman había sido liberado de prisión después de haber sido condenado por delitos de terrorismo, luego permaneció bajo vigilancia y la policía afortunadamente reaccionó antes de que matara a alguien. La policía no pudo reaccionar tan rápido en noviembre de 2019 cuando Usman Khan realizó ataques en el Puente de Londres, más precisamente durante una conferencia contra el extremismo donde Khan fue un invitado de honor, un supuesto ejemplo del éxito que los organizadores mencionaban en su programa. Khan mató a dos de estos organizadores, que lo consideraban un amigo.
Saadallah había sido remitido a Prevent el año pasado, señalado como un riesgo de seguridad debido a su deseo de ir al extranjero para hacer la yihad contra intereses británicos. Saadallah había sido puesto en libertad condicional después de una sentencia de prisión (no por terrorismo) en el momento en que llevó a cabo su ataque. Hay un debate en curso sobre los programas británicos contra el extremismo y la desradicalización desde -al menos- el momento del ataque de Khan, y este último caso traerá aún más planteos.
Hay otro elemento en esta historia. Saadallah llegó a Gran Bretaña desde Libia en 2012 y se le dio permiso para permanecer en 2018. Como ha destacado The London Times, el problema de los islamistas libios en el Reino Unido es antiguo. Cuando el régimen del coronel Gadafi tomó medidas enérgicas contra los yihadistas en la década de 1990 y expulsó al Grupo Islámico Combatiente Libio (LIFG por su sigla en inglés) vinculado a Al-Qaeda, gran parte de su infraestructura terminó en Gran Bretaña.
“Entre los primeros llegados del LIFG al Reino Unido se encontraba Abu Anas al-Liby, a quien se le concedió asilo político a mediados de la década de 1990”, señala The Times. “Sin embargo en 1998, Liby fue incluido en la lista de los ‘más buscados’ del FBI después de estar implicado en los ataques de Al-Qaeda contra embajadas de Estados Unidos en África Oriental”. Abu Anas, cuyo nombre real es Nazih Abdul-Hamed Nabih al-Ruqai’i, había escrito un manual de Al-Qaeda mientras estaba en Londres, luego viajó en 2011 para participar en la revolución contra Gadafi en Libia, donde fue arrestado por Estados Unidos en octubre de 2013. Abu Anas murió bajo custodia dieciocho meses después.
El caso de Abu Anas es orientativo. A muchos yihadistas vinculados con el LIGF y otros islamistas libios se les permitió salir de Gran Bretaña a Libia durante la revolución. Otro caso es Mohammed Ammari, ahora político en Trípoli y partidario del Consejo Shura de revolucionarios de Benghazi -vinculado a Al-Qaeda– que estuvo en Gran Bretaña durante muchos años.
En la década de 1990, el Reino Unido tenía una política laxa hacia los yihadistas residentes en Londres y sus alrededores, siempre que dirigieran sus actividades al extranjero, lo que llevó a los franceses a criticar a “Londonistan”. La revisión del Gobierno del Reino Unido de sus políticas en 2014 documentó el peligro de permitir que la Hermandad Musulmana y otros grupos radicales predicaran y reclutaran, por lo tanto se hicieron algunos cambios. Pero queda la duda sobre si se llevaron a cabo las reformas suficientes.
La dimensión extranjera es quizás aún más marcada. En mayo de 2017, Salman Abedi se inmoló durante un concierto en el Manchester Arena y mató a 22 personas. Abedi había planeado el ataque con su familia en Libia y tenía vínculos familiares con las redes de LIFG en Gran Bretaña.
El uso de Libia como plataforma de lanzamiento para el EI y grupos similares es motivo de creciente preocupación. Además del ataque en Manchester, también un ataque del EI en Alemania se remonta al EI en Libia. Esto hace que los eventos en Libia, con la reciente intervención turca, sean aún más preocupantes.
El Estado Islámico está en aumento en Libia, y el desorden se está extendiendo a medida que las milicias que forman el Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) respaldado por Turquía se extienden más al este del país. Sumado a este caos, que le da al EI espacio adicional para operar, existe una preocupación ideológica. Por un lado, Turquía alberga figuras como Sadiq al-Ghariani, miembro de la Hermandad Musulmana y gran muftí de Libia, por cuyas incitaciones lo prohibieron incluso en Gran Bretaña. Por otro lado, hay personas como Abdul Hakim Belhaj, el exlíder de LIFG que sirve a instancias de Osama bin Laden, beneficiándose del papel de Turquía. Belhaj es ahora un político en las áreas del GNA de Libia. Belhaj ha ayudado en el pasado a los insurgentes sirios que luchaban junto a Jabhat al-Nusra, vinculado a Al-Qaeda. Turquía ahora ha traído a algunos de estos exinsurgentes sirios a Libia como mercenarios. Un entorno tan favorable para los yihadistas y tan cerca de Europa podría representar una grave amenaza para la seguridad.
Las Naciones Unidas advirtieron recientemente sobre el uso de mercenarios sirios por parte de Turquía en Libia. Hay niños soldados entre estos mercenarios, una clara violación de los derechos humanos, y también otras violaciones de los derechos humanos han sido cometidas por estas fuerzas, especialmente en Tarhuna hace una par de semanas, cuando las milicias del GNA y otros proxies turcos asesinaron, saquearon y luego abandonaron el lugar. Esto no solo está empujando las perspectivas de paz más allá del alcance, a pesar de ofertas como la de Egipto, sino que está generando grandes riesgos en Libia relacionados con la pandemia del coronavirus, que los libios no están preparados para enfrentar.