Isaac Kfir, Advisory Board, International Institute for Justice and the Rule of Law y Adjunct Professor, Charles Sturt University
El papel del Romanticismo en facilitar, apoyar y alentar el crecimiento del extremismo contemporáneo de extrema derecha a menudo pasa desapercibido, aunque célebres intelectuales como Isaiah Berlin y Carl Schmitt hablaron del Romanticismo político en sus estudios sobre el nacionalismo.
Una lectura atenta de muchos de los manifiestos de terroristas de derecha como Anders Behring Breivik, Brenton Tarrant, Dylan Roof y Robert Bowers enfatizan el deseo de regresar a un pasado imaginario, basado en sus lecturas románticas de batallas y comunidades, razón por la cual el Romanticismo sirve como una herramienta útil para comprender no solo el surgimiento del extremismo contemporáneo de extrema derecha, sino también lo que impulsa el movimiento.
El poeta y crítico literario alemán del siglo XVIII, Friedrich Schlegel, se refirió a lo romántico como «literatura que representa la materia emocional en una forma imaginativa». En su interpretación del movimiento romántico, Schlegel y otros enfatizaron una conexión con los mitos y el misticismo de la Edad Media. Estas historias provocadas e invocadas soslayan hechos históricos o enaltecen eventos reales de manera fenomenal, tal como lo había hecho Edward Gibbon con Charles Martel y la Batalla de Tours.
Los ejemplos más claros de nacionalismo romántico se encuentran en Coleridge, Wordsworth, Austen y otros. Construyeron ficción política, ya sea sobre el gótico, los teutones o los anglosajones, que llegó a definir la cultura occidental contemporánea y ha seguido alimentando una visión ahistórica de cómo era Europa en los primeros tiempos.
Inventando tradiciones
Con el tiempo, sus evocaciones románticas llevaron a la invención de la tradición que definió naciones, culturas y herencias. Esto se debió a que la escritura buscaba inspirar a las personas a comprometerse con el Estado naciente, muchos de los cuales recién se estaban desarrollando. (El primer Tratado de Westfalia dio crédito a la idea de los Estados nacionales soberanos, mientras que el siglo XIX vio el arraigo del nacionalismo).
Las obras de estos románticos europeos inventaron lazos, ya sea de lenguaje, dólmenes o mitologías, destinados a construir un pasado glorificado de una comunidad imaginaria. Un ejemplo clásico de tal invención es la falda escocesa Kilt, presentada por los románticos como emblemáticamente escocesa. Sin embargo, la falda escocesa fue inventada por un inglés en 1707. Otro ejemplo es el papel desempeñado por Sir Walter Scott en la organización de la visita del Rey Jorge IV al Castillo de Edimburgo en 1822. Durante la visita, el rey llevaba un vestido de tartán popularizado por las pinturas de Sir David Wilkie, destinado a apaciguar a una población que era esencialmente hostil a un rey extranjero. Al usar un atuendo tradicional, la intención era mostrar que el rey extranjero era respetuoso con la identidad escocesa.
Curiosamente, durante siglos el Romanticismo tuvo connotaciones despectivas. En la Edad Media se refería a una nueva lengua vulgar que contrastaba directamente con el latín, el idioma de aprendizaje y educación. En el siglo XVII, a medida que Europa se alejaba del Sacro Imperio Romano -que en su esplendor abarcaba los Países Bajos, Austria, España e Italia- hacia la creación de Estados nacionales más pequeños, el Romanticismo se entendía cada vez más como un género de escritura que era fantasioso, quimérico y representativo de una violenta madre naturaleza. Este nuevo género dio impulso a la noción de Von Humboldt del lenguaje como dialéctica entre persona y cultura, al tiempo que rechazó el ensayo de John Wilkins hacia un personaje real y un personaje universal del lenguaje filosófico, o los intentos de los revolucionarios franceses de dedicarse a la pasigrafía.
Romanticismo versus modernidad
En términos de ciencia política, el Romanticismo contrasta con la modernidad, un proceso en el que el individuo afirma y adquiere autonomía en términos de estatus y movilidad geográfica. Estos desarrollos facilitan la transición social del agrarismo a la industrialización que conduce a la segmentación y a los subsistemas sociales. El nacionalismo romántico fue por lo tanto el antídoto que sirvió como herramienta para unir a individuos y comunidades.
Dos ejemplos destacan el vínculo entre el Romanticismo y el extremismo de la extrema derecha. El primero es Adolf Hitler y el nazismo, con su enfoque en la necesidad de un renacimiento nacional como una forma de limpiar la sociedad alemana de impurezas. El segundo es la oposición más sutil -pero racialista- a la eliminación de los monumentos conmemorativos confederados, presentada como un deseo de mantener un patrimonio cultural distintivo.
Podría decirse que el antisemitismo y el ultranacionalismo de la Alemania nazi tienen sus raíces en el Romanticismo, ya que el nacionalsocialismo se basa en un pasado saneado e imaginario, construido a través de exposiciones literarias y violentas que glorifican «la sangre y la tierra». A través de tal construcción, los nazis pudieron ignorar la genialidad política del canciller Otto von Bismarck, quien creó el Estado alemán a través de la diplomacia. Los nazis querían masculinizar la creación de Alemania, entendiéndola como un proceso histórico y determinista para un Volk biológico (palabra en alemán para “pueblo”, entendido a través de una visión etnocrática). Al imaginar a sus Volkslied, los nazis aplicaron una forma de Romanticismo que les dio las herramientas para construir su teoría de la superioridad racial que, por un lado rechazó la modernidad, ya que significaba que se establecían límites en el individuo o, lo que es más importante, en el Estado etnocrático. Al mismo tiempo enfatizaron la importancia de la tecnología para promover el destino manifiesto de los Volk y su superioridad racial debido a su avance tecnológico.
El debate sobre la eliminación de monumentos y memoriales confederados resalta otro ejemplo de cómo un romanticismo imaginario y depurado alimenta movimientos como el extremismo de extrema derecha. Muchos de los monumentos fueron erigidos a principios del siglo XX. Los opositores a estos monumentos los ven como racistas y glorificando una institución manifiestamente perversa (la esclavitud). Sus partidarios sostienen que son históricamente importantes y reflejan su patrimonio cultural. Argumentan que los monumentos no deberían ser políticamente correctos o considerados como un recordatorio del mal pasado.
El problema con esta narrativa es que ignora el mensaje general que llevan dichos símbolos. También romantiza y “sanea” a la Confederación, lo que lleva a intentos de normalizar o defender lo indefendible. En 2019 una encuesta conjunta realizada por The Economist y YouGov encontró que el 53% de los republicanos comunes eligen a Donald Trump por sobre Abraham Lincoln.
El crecimiento de las denuncias personales y la presencia de una industria que alimenta a la población con una dieta de un pasado imaginario y nostálgico, ha facilitado el crecimiento del extremismo de extrema derecha. Este movimiento alimenta a las personas con explicaciones contraculturales, posmodernas y reflexivas de por qué sus vidas son difíciles, al tiempo que ofrece la promesa de que al apoyarlos, se podría restaurar la sociedad idílica y etnocrática en la que todos conocían su lugar y propósito, y el orden era supremo.
El Romanticismo tiene un lugar importante en nuestra sociedad, pero no si es usado por la extrema derecha para crear una comunidad imaginaria y etnocrática que excluya al «otro» y rechace el análisis histórico basado en hechos.