Nicolas Henin
La resiliencia es una noción que se ha puesto de moda y con mucho acierto. Está cargada de valores positivos respecto a la capacidad de soportar un duro golpe. En un momento en que parecemos dudar de nuestra propia capacidad de superar las crisis, ya sean de seguridad, humanitarias, económicas o sociales, la palabra “resiliencia” es enormemente reconfortante. Un signo de este éxito es la rápida difusión del término en doctrinas estratégicas.
El primer documento destinado a establecer resiliencia como un componente integral de una estrategia antiterrorismo es la Ley de Resiliencia aprobada en 2003 en el Reino Unido. En Francia, el término aparece en el White Paper on Defence and Homeland Security de 2008. En el ámbito europeo, Wolfgang Wagner y Rosanne Anholt señalan que si bien el término “resiliencia” aún estaba ausente en la Estrategia Europea de Seguridad de 2003, se ha convertido en leitmotif, y aparece 40 veces en la Estrategia Global de la Unión Europea y con aún más menciones que términos como “derechos humanos” o “democracia”.[1]
“Resiliencia” en el sentido literal es un término físico referente a la capacidad de un cuerpo o materia de volver a su forma original después de estar sometido a un impacto o presión. Empero, esta definición que tiende a reducir la resiliencia a las propiedades de una almohada con memoria de forma es demasiado restringida: la palabra se utiliza para seres, personas o sociedades que están vivas, son inteligentes y tienen sus propias reacciones, su psicología y cultura política. No es una reacción física. Emplearemos como definición la capacidad de una persona o grupo de resistir y recuperarse de impactos.
El acierto del término indudablemente se debe a su plasticidad: si la palabra ha sido popularizada en psicología, estamos hablando asimismo de la resiliencia de organizaciones, redes y sociedades. El término probablemente debe parte de su acierto a la imagen de autonomía a la cual se refiere; cuando hablamos acerca de la capacidad de resiliencia de un país en una situación de posconflicto, hablamos sobre todo de sus recursos internos y no de sus acciones externas. Resiliencia es tanto una capacidad como una voluntad de superar una situación crítica. Por último, el término se utiliza tanto para referirse a una reacción frente a una crisis de origen externo o interno, ya sea accidental u hostil.
Estudiar la resiliencia conlleva confrontar el hecho de que podemos ser golpeados, que a veces ha dado lugar a una definición despectiva de la palabra. Como si aceptar que podemos ser golpeados sería una admisión de debilidad. Después de algunos atentados, hubo críticas a los llamados de gobiernos a “mostrar resiliencia”. Hubo personas que incluso consideraron relevante oponerse a la resiliencia y a la resistencia, como si la primera implicara resignación frente al hecho o la aceptación de la idea según la cual debemos ser golpeados, mientras que “resistencia” implicara una postura noble de negarse a ser herido. Esta dicotomía es de hecho bastante artificial.
Cualquiera que se comprometa en una lucha sabe que él o ella está en riesgo de ser golpeado(a). Si no lo sabe, está en peligro de ser seriamente desestabilizado ¡desde el inicio mismo de la lucha! A diferencia de cualquier pasividad frente a los golpes, la resiliencia es la capacidad de recobrar y volver lo más rápidamente posible a la posición de golpear una vez que uno mismo soporta un golpe significativo. Por tanto, resiliencia es todo menos renuncia a la resistencia. Es más bien una condición esencial para la resistencia.
En una crisis, el estado está expuesto a su resiliencia, a su capacidad de devolverle a la población una vida relativamente normal. Esto no solo es una capacidad mensurable: es cuestión de si el público confía en el gobierno para retornar a esta normalidad, y de autoalimentar esa confianza; si la resiliencia está presente, acelerará el proceso de normalización. Pero, si el público duda de la capacidad del gobierno, esta vuelta a la normalidad será más lenta y quizás se dificulte. La propia existencia del estado puede irse a pique en una sola crisis si es lo suficientemente severa, y la reacción frente a ella muy deficiente.
Durante una crisis, especialmente si implica una acción hostil contra la población civil u otros eventos provocan un número elevado de víctimas, los servicios de bomberos y rescate y las unidades hospitalarias de primera línea deben cumplir un importante rol. Esto es especialmente cierto pues la cohesión social, tal como lo demostró el sociólogo Emile Durkheim, se basa en una división del trabajo.[2]
Como señala Durkheim, nosotros individualmente renunciamos a llevar un arma porque sabemos que algunos (particularmente la policía) están ahí para asegurar la protección de todos. No nos transformamos en médicos capaces de tratarnos a nosotros mismos porque tenemos confianza en que los encargados de brindar alivio y de la salud pueden atendernos para recuperarnos si tenemos un accidente o nos enfermamos. Si este contrato social falla, o ya no se confía en él, la cohesión de la comunidad nacional se ve afectada.
Una parte significativa de la resiliencia es materia de comunicación y esta sobre todo debe ser sincera. Un caso clásico que lo demuestra –desde una perspectiva negativa– es la suerte del gobierno de José María Aznar en España. En vísperas de una elección nacional, Aznar atribuyó los atentados de bombas de 2004 en Madrid a separatistas, cuando de hecho fueron perpetrados por Al-Qaeda. El público consideró esto una deshonestidad y el gobierno de Aznar se derrumbó.
La comunicación durante una crisis debe transmitir calma y competencia. Se debe considerar que el estado continúa con su función en plena capacidad. En caso de un ataque, cualquier comunicación defensiva será considerada ansiosa. Debido a la popularidad y confianza que los servicios de bomberos y rescate disfrutan entre la población, estos pueden ser un vehículo importante para la comunicación. Como sabemos, en las comunicaciones el emisor de un mensaje es al menos tan importante como su contenido.
En caso de una crisis importante, especialmente si se debe a un acto hostil, el público primero recurrirá a los servicios de emergencia a fin de limitar su impacto. La acción de estos servicios se limita a “salvar lo rescatable”, lo cual implica aceptar la idea, según la cual, parte del material o destrucción humana corresponde a lo que para los bomberos es la “cuota de fuego”, una segmento del desastre que aceptamos no combatir a fin de concentrar nuestros recursos en metas realistas. La confianza y expectativa en los servicios de rescate será alta, y esto incrementa el riesgo de insatisfacción pública.
Los servicios de rescate han desarrollado su propia resiliencia por medio de su experiencia. Saben que los acontecimientos principales, al igual que el uso y desgaste de la carga operativa puede causar su agotamiento físico y mental. La prioridad es proteger al personal tanto durante como después del evento. El círculo de personal afectado por una crisis tiende a ampliarse. Por tanto, no es solo el personal presente en una intervención el que se vería conmocionado por esta intervención, sino también el personal que contribuyó a ella desde el servicio de atención de emergencias o sala de mando. En eventos importantes, como los atentados del 1 de noviembre de 2015 en París, se ofreció seguimiento a todos los socorristas.
La resiliencia no solo es humana, es material. En una crisis, las infraestructuras, instalaciones y redes pueden ponerse tirantes, y los recursos almacenados (alimentos, combustible) agotarse. Manejar esto implica trabajo.
La resiliencia es un proceso, una construcción que requiere bastante preparación. El objetivo es preparar a los actores para la crisis mediante la reducción del efecto sorpresa –cuidando, sin embargo, que este trabajo de preparación no sea inquietante. Un evento terrorista es único pues se trata de una acción hostil a la cual los servicios de rescate no están acostumbrados, ya que generalmente solo intervienen en los márgenes de la violencia criminal.
Todos los expertos en el manejo de las crisis subrayan la necesidad de una formación regular, realista e interdepartamental. Una semana antes del 11 de septiembre, un ejercicio de crisis simuló la destrucción del puesto de comando de la FEMA (Agencia Federal de Manejo de Emergencias). Este ejercicio permitió a los servicios de rescate aprender lecciones que pudieron aplicar inmediatamente.
Uno de los principales obstáculos para la acción de los primeros socorristas durante un evento terrorista es el conocimiento del conjunto de la escena, especialmente si el ataque es complejo o evoluciona. La sideración, que debe entenderse como la antítesis de la resiliencia, debe evitarse; esto implica levantar lo antes posible la neblina de guerra, con que los agresores pretenden rodear sus acciones. Al mismo tiempo que llevan a cabo el control inicial de los daños y acciones de protección, los primeros socorristas necesitarán obtener información rápidamente a fin de establecer un panorama más completo lo antes posible.
Después de un gran ataque, la sociedad necesitará cierto tiempo para recuperar la calma. Los incidentes de seguridad tenderán a aumentar (informes de parcelas abandonadas, desplazamiento de un gran número de personas, etc.), especialmente porque seguir la pista a los perpetradores o cómplices por parte de las fuerzas policiales puede tomar varios días y es posible que ocurran ataques inspirados en otros y mantengan la tensión
Estas consideraciones nos llevan a la naturaleza íntima del terrorismo; más aún en un conflicto regular, cuyo fin es un derrumbe de su objetivo, sus instituciones y su espíritu. Raymond Aron consigue llegar a la esencia con su definición: “Una acción violenta se denomina terrorista cuando sus efectos psicológicos son desproporcionados respecto a sus resultados puramente físicos”.[3] Desde este punto de vista, el terrorismo no es tanto una violación de guerra como su caricatura: de hecho el terrorismo es mucho más que una guerra, un choque de voluntades y no de fuerza, y la resiliencia es esencial para nuestra voluntad.
Si bien la resiliencia de los servicios de rescate es esencial, dado que son los primeros socorristas, no es suficiente. Tampoco la resiliencia consiste solamente en asegurar el funcionamiento del estado, es más bien un proceso más inclusivo, que involucra a los distintos estratos del cuerpo social: comprende a actores económicos y administraciones locales.
La población de los países desarrollados tiene una gran necesidad de confianza. Debe ser posible satisfacerla desprovistos del mito según el cual estarían totalmente libres de cualquier crisis o agresión. La resiliencia de los servicios de emergencia es la última línea de defensa y así debe mantenerse. Para permitir que esto ocurra, todos los elementos del estado y la sociedad por encima de esta primera línea deben estar involucrados y fortalecidos. De la misma manera que los mejores socorristas de una ambulancia no siempre podrán revivir a la víctima de un paro cardíaco si un testigo no ha comenzado la reanimación antes de su llegada, los mejores servicios de rescate no podrán responder a una crisis seria, especialmente a una terrorista, sin involucrar activamente a la sociedad civil.
[1] Wolfgang Wagner & Rosanne Anholt (2016) La resiliencia como el nuevo leitmotiv de la estrategia global de la UE: ¿pragmático, problemático o prometedor? Política de seguridad contemporánea (Resilience as the EU Global Strategy’s new leitmotif: pragmatic, problematic or promising? Contemporary Security Policy, 37:3, 414-430, DOI: 10.1080/13523260.2016.1228034.
[2] Emile Durkheim, La división del trabajo en la sociedad (The Division of Labor in Society), 1893.
[3] Raymond Aron, Paz y guerra; Una teoría de las relaciones internacionales, (Peace and War; A Theory of International Relations), 1962.