Si uno caracteriza a la época actual como una “era de incertidumbre” [1], la era populista, la era de la “retrotopía” [2] o la era de la posmodernidad, todos estos términos se refieren a la percepción según la cual -ahora más que nunca- vivimos en un entorno social y político complejo y en constante evolución. En el mundo Occidental, el surgimiento de las redes sociales ha coincidido con una disminución de la legitimidad del Estado nación y el orden internacional, que está ocasionando un efecto dominó a nivel político en todos los Estados democráticos liberales. Ha alterado la “ventana de Overton” [3], la serie de valores percibidos como corriente principal, hacia una mayor aceptación de contenido populista, de posverdad y extremismo. Aunque las redes sociales indudablemente ofrecen a la humanidad una serie de oportunidades sin precedentes, desde la comunicación, el aprendizaje y las iniciativas económicas, también presenta una nueva serie de retos, entre ellos un mayor tribalismo y oportunidades para que las organizaciones extremistas se radicalicen, recluten y movilicen seguidores en todo el mundo. [4]
Mientras la academia aún se enfrenta con la pregunta de si puede tener lugar la radicalización íntegramente online y hasta qué punto uno debe percibir las redes sociales simplemente como una plataforma para el extremismo o que hacen posible la radicalización por diseño -por ejemplo, a través de “cámaras de repetición” o algoritmos de recomendación personal- las organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil enfrentan el desafío de combatir los procesos de radicalización online, sin importar qué los originan. No obstante, hay un conjunto de problemas relacionados con este esfuerzo. En su libro titulado War in 140 Characters, Patrikarakos encuentra abundantes ejemplos de testimonios para reducir las pérdidas de la batalla en contra el homo digitalis y redes de extremistas por parte de estructuras burocráticas. Mientras muchos jefes de Estado están ahora en Twitter, las burocracias ministeriales no se han adaptado a la cultura de las redes sociales. Por ejemplo, Alberto Fernández, quien fuera jefe del Center for Strategic Counterterrorism Communications (CSCC, por su sigla en inglés) del Departamento de Estado de los EE.UU., en una entrevista con Patrikarakos, recuerda lo difícil que fue implementar contranarrativas efectivas y atractivas sobre el Estado Islámico con las restricciones del marco burocrático.
A las burocracias les falta credibilidad
Para ser efectivas, las contranarrativas deben adaptarse al lenguaje, tono y estilo de las comunicaciones en las redes sociales, lo cual requiere un cierto grado de creatividad. Es difícil desacelerar las estructuras burocráticas para abordar de manera efectiva estos desafíos. “Parte del problema se debía a que mi visión resultaba aguda para el Gobierno y no lo suficiente aguda para el espacio en el que trabajamos,” recuerda. [5] Por otra parte, después de una fuerte censura de las plataformas de redes sociales importantes, muchos extremistas han avanzado hacia sistemas más cerrados como Telegram [6] y se han retirado aún más allá a “cámaras de repetición” tribalizadas, que limitan el acceso a los objetivos de las contranarrativas. Se requiere sobre todo credibilidad para desconectar a una persona de su tribu “virtual” por medio de una campaña de contranarrativa. Sin embargo, los Gobiernos y burocracias estatales carecen de esta credibilidad, lo cual puede reducir la efectividad de medidas que lleven el logotipo de un Gobierno.
¿Deberían intervenir las democracias liberales?
Aparte de los problemas relacionados con el desarrollo efectivo de medidas en contra de la radicalización, dentro de las estructuras estatales están las preocupaciones en torno al tema. ¿Hasta qué punto deberían las democracias pretender influir en los puntos de vista y creencias de sus ciudadanos? Es más, ¿hasta dónde las democracias liberales tratan de influir en los puntos de vista de los ciudadanos de otras naciones? ¿Cuán “liberal” es una democracia liberal que interviene fuertemente en el “mercado de las ideas”?
A esta alturas es por todos conocido que es necesario distinguir entre radicalización cognitiva y violenta; es decir, entre adherirse a cierto punto de vista mundial radical y recurrir a la acción violenta para llevar a cabo las metas derivadas desde esta perspectiva mundial. [7] No está claro qué conexión -si es que existe- puede hacerse entre estas dos formas de radicalización y se objeta en torno a si la radicalización cognitiva es precursora de radicalización violenta. [8] Dada esta actual incertidumbre, algunos argumentarán que resulta problemático si el Estado o las medidas en contra de la radicalización online auspiciadas por el Estado, solo enfrentan a quienes están radicalizados cognitivamente. Puesto que no pretenden utilizar violencia, no lo perciben como una amenaza a la seguridad, y solo sostienen creencias ajenas a la corriente principal. ¿Se adapta a nuestra concepción de democracia liberal que se señale a personas por sus creencias en lugar de por sus acciones? Lo qué se considera radical o extremista depende del contexto y cambia con el tiempo. Mientras cientos de años atrás se consideraba radical abogar por el derecho de las mujeres al voto, las ideas que percibiríamos como radicales hoy en día podrían constituirse en la corriente principal en el futuro. Sin el espacio para el cambio radical en la sociedad, el progreso podría estancarse.
Actuar en contra de la radicalización online: Un terreno resbaladizo
Pese a todo, no es posible negar que las ideas también puedan ser peligrosas y desafiantes del orden liberal. Tampoco se puede negar que, si bien aún se debate en torno a si la radicalización tiene lugar íntegramente online (y en tal caso en qué grado), la comunicación digital y la propaganda virtual cumplen un importante rol en atraer a personas hacia organizaciones extremistas [9] y si los extremistas con todo tipo de antecedentes ideológicos utilizan la esfera “virtual” para proponer sus objetivos. [10] La pregunta es si las instituciones gubernamentales no deberían monitorear únicamente las actividades e intervenir cuando cruzan la línea a la acción ilegal o violenta, o utilizan contranarrativas para proponer su versión de perspectivas mundiales “correctas” y “aceptables”. Algunos perciben esto como un primer paso en un terreno resbaladizo hacia un ministerio orwelliano de la verdad, porque las medidas en contra podrían comenzar por estar dirigidas a yihadistas y neonazis; pero, una vez establecidas, podrían utilizarse para realizar campañas en contra de todo tipo de grupos. Por ejemplo, las granjas de trolls rusos ya han comenzado a trabajar para sacar a la luz la versión rusa de la realidad sobre la situación en Ucrania tanto antes como después de la anexión. De ahí que el paso hacia el combate de la radicalización, alterando la realidad social por medio de las redes sociales, no debe estar tan lejos. [11]
¿Cómo pueden cumplir un rol las ONG?
Dada la gran cantidad de problemas relacionados con las medidas gubernamentales en contra de la radicalización online, no es raro que algunos propongan soluciones algo intuitivas al problema: la sociedad civil en forma de fundaciones, las ONG y las personas deben desarrollar y ejecutar medidas en la esfera digital, no así el Estado o el Gobierno. En muchos países esto ya es una realidad, aunque a menudo como cooperación híbrida con la sociedad civil y el Gobierno, compartiendo el trabajo de desarrollar e implementar medidas para la desradicalización, al igual que programas para combatir y prevenir el extremismo violento. Con todo, incluso un enfoque basado enteramente en organizaciones no gubernamentales conlleva una serie de problemas asociados. Por ejemplo, podría persistir el tema de la credibilidad, ya que muchas ONG reciben financiamiento para estos proyectos de instituciones gubernamentales y deben transparentarlos. La credibilidad de una estupenda contranarrativa podría esfumarse si el video o texto cierra con un enunciado señalando que su financiamiento proviene del Gobierno que los extremistas (potencialmente) desprecian. También hay temas legales en torno a esta solución; así, el problema de cuál es el punto en que los individuos señalados deben ser denunciados a las autoridades.
Conclusión
En síntesis, se puede concluir que todos los actores enfrentan diferentes desafíos respecto al desarrollo e implementación de medidas en contra de la radicalización online, pero estas afectan especialmente a las instituciones gubernamentales. Los Gobiernos democráticos liberales se ven a sí mismos divididos entre la transparencia y una mensajería efectiva, entre una burocracia lenta y un mundo virtual en rápido proceso de cambio, y entre preocupaciones de seguridad y temas normativos en torno a la interferencia gubernamental en el desarrollo de opinión de los ciudadanos en el “mercado de las ideas”. También se plantean preguntas más importantes acerca de la democracia en la era digital y si nuestra comprensión de lo que la democracia debería -o no- hacer está actualizada, en una era de la “modernidad líquida” [12] con fenómenos nuevos como las granjas de trolls, guerras en Twitter y extremistas que ganan batallas de palabras en las redes sociales.
Estos interrogantes, al igual que la importancia de los temas relacionados con las medidas en contra de la radicalización online, aumentarán en los próximos años y esto es esencial para los encargados de formular políticas, los académicos y la sociedad civil, a fin de negociar un enfoque efectivo de estos problemas.
Referencias
[1] Eichengreen, B. (2016). This is a true age of uncertainty for the world economy. https://www.theguardian.com/business/2016/dec/14/2016-world-economy-donald-trump-eu-jk-galbraith
[2] Baumann, Z. (2018). Retropia. Suhrkamp: Berlín.
[3] Bartlett, J. (2017). Radicals Chasing Utopia: Inside the rogue movements trying to change the world. Nation Books: Nueva York.
[4] Cavanagh, S. (2019). Hivemind: The new science of tribalism in our divided world. Grand Central Publishing: New York.
[5] Patrikarakos, D. (2017). War in 140 Characters: How Social Media is Reshaping Conflict in the Twenty-first Century. Basic Books: Nueva York, p. 242
[6] Bloom, M. Hicham, T. and Horgan, J. (2017). Navigating ISIS’s Preferred Platform: Telegram. Terrorism and Political Violence. DOI: 10.1080/09546553.2017.1339695
[7] McCauley, C. and Moskalenko, S. (2014). Toward a Profile of Lone Wolf Terrorists: What Moves an Individual From Radical Opinion to Radical Action. Terrorism and Political Violence. Vol. 26 (1), pp. 69-85
[8] Guhl, J. (2018). Why beliefs always matter, but rarely help us predict jihadist violence: The role of cognitive extremism as a precursor to violent extremism. Journal for Deradicalization. Vol. 14, pp. 192-217
[9] Gill, P., Corner, E., Conway, M., Thornton, A., Bloom, M. and Horgan, J. (2017). Terrorist Use of the Internet by the Numbers. Criminology & Public Policy. Vol. 16 (1), pp. 99-117
[10] Ebner, J. (2019). Radikalisierungsmaschinen: Wie Extremisten die neuen Technologien nutzen und uns manipulieren. Suhrkamp Nova: Berlín
[11] Patrikarakos, D. (2017). War in 140 Characters: How Social Media is Reshaping Conflict in the Twenty-first Century. Basic Books: Nueva York
[12] Baumann, Z. (2007). Liquid Times: Living in an age of uncertainty. Polity Press: Cambridge