Ruslan Trad, periodista y cofundador de De Re Militari
Varios conflictos en curso -Siria, Ucrania, República Centroafricana- han proporcionado importante evidencia de que necesitamos una nueva terminología para hablar sobre guerra, derecho internacional y la percepción de “guerra convencional” en el siglo XXI. Algunos autores han criticado correctamente la rigidez de muchos estrategas militares occidentales desde la Segunda Guerra Mundial, quienes ven a la guerra como una acción entre dos poderes legítimos, en este sentido, solamente Estados. Dichas batallas Estado contra Estado y ejército contra ejército no son solamente una cosa del pasado, sino que nunca fueron el modo “normal” de guerra, en cierto sentido, de la mayoría de los conflictos armados alrededor del mundo. En este momento, la guerra está cambiando muy rápidamente. Vamos a ver algunos ejemplos de cómo el mapa ha cambiado en las últimas décadas.
Congelados y fragmentados
Hoy en día estamos viviendo en un mundo con al menos una docena de conflictos militares activos, sin incluir a los llamados “conflictos congelados”.
Los muchos “conflictos congelados” no deben ser pasados por alto ni ser considerados menos importantes porque -desde el Cáucaso hasta los Balcanes y África- estos pueden “descongelarse” en cualquier momento. Por ejemplo, uno de los “conflictos congelados” más largos es entre Azerbaiyán y Armenia, provincias de la antigua Unión Soviética, cuyas fronteras nunca fueron acordadas. Existen estallidos regulares a lo largo de la zona en disputa de Nagorno-Karabaj hasta la fecha, con soldados heridos e incluso asesinados en los pasados meses. Así como también la situación problemática en el área fronteriza de Pakistán-India, una disputa que se remonta aún más atrás y es quizás mejor conocida, centrada en la provincia de Cachemira. Los acontecimientos políticos en cada país pueden llevar a un crecimiento de las tensiones en Cachemira en cualquier momento, recordándole al mundo que la contienda existe incluso después de años de relativa calma.
Sin embargo, estas son distintas de zonas de conflicto activas. Los conflictos civiles se han duplicado desde 2001. El mapa de los últimos conflictos se ve muy preocupante. La cantidad de grupos armados involucrados en dichos conflictos es también creciente. De acuerdo con el Comité Internacional de la Cruz Roja, existen, en promedio, entre tres y nueve grupos involucrados en un determinado conflicto. Más del 20% de los conflictos ocurren entre más de diez grupos. Además de las guerras en Siria, Libia y Yemen, existen cientos de grupos combatiendo por el control, la mayoría de ellos relacionados de una u otra forma a la mafia, los cárteles, organizaciones criminales y grupos terroristas, así como sus alianzas políticas rebeldes o pro-Gobierno.
Drogas y consecuencias
Mientras que no es considerado con frecuencia dentro del ámbito del conflicto global, el narcotráfico -el cual es apoyado por las más grandes organizaciones criminales del mundo- juega un rol crítico. Debido al impacto de los cárteles en los países en desarrollo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se ha manifestado para cambiar la terminología de manera que las organizaciones criminales puedan ser llevadas ante la Corte Penal Internacional. Hasta ahora, esto es imposible ya que dichas organizaciones no son consideradas entidades estatales, a pesar de que sus impactos -las masacres, el control de territorio y los efectos económicos en países enteros- se parecen, en escala, a las zonas de conflicto estatales. Son estos hechos los que impulsan este deseo de cambiar el marco legal de manera que estos grupos también puedan ser llevados ante la justicia.
Con la propagación del nuevo coronavirus, los cargamentos de droga desde China han disminuido dramáticamente, obstaculizando la actividad de los cárteles de droga en México. Las conexiones entre la mafia en China y los grupos mexicanos proporcionan a estos últimos desde productos de imitación (ropa, joyería, accesorios) hasta precursores químicos que permiten la producción de fentanilo, un opioide sintético que tiene propiedades similares a la morfina y que causa miles de muertes en los Estados Unidos cada año.
El alcance del impacto que el virus había tenido en el mercado negro sino-mexicano se volvió aparente en febrero, cuando “La Unión de Tepito”, que controla gran parte de la venta de artículos de imitación en Ciudad de México, comenzó a experimentar problemas de “negocios” debido a la escasez de cargamentos de artículos ilegales desde China. Comerciar con dichas mercancías es tan importante para los grupos criminales como el narcotráfico, un hecho fundamental para la división interna que tuvieron en 2010 “Los Marco Polos”, para levantarse dentro de “La Unión de Tepito” y tomar el control del comercio con China por las mercancías falsificadas en los mercados de Ciudad de México. Sin embargo, desde comienzos de este año, los negocios de “Los Marco Polos” han sido bloqueados debido al coronavirus.
También existe evidencia de que uno de los más brutales cárteles de México, el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG), también está experimentando problemas debido a la interrupción de suministro de precursores químicos para el fentanilo proveniente de China.
Todos sienten la presión económica
Las cuarentenas han sido instituidas en todo el mundo para detener la propagación del coronavirus. Latinoamérica no es la excepción: las fronteras han sido cerradas y los viajes aéreos fueron suspendidos. Considerando que la economía legal y las rutas de viaje que los criminales utilizan para sus propios fines están efectivamente cerradas, las economías criminales -ya sea narcotráfico, contrabando o trata de personas- ahora tienen que intentar encontrar rutas alternativas para movilizar su producción, así que esto podría hacer que sean más fáciles de rastrear. El impacto inmediato ha sido una subida en los precios y una reducción de clientes.
En Honduras, por ejemplo, después de que el Gobierno cerrara sus fronteras debido al coronavirus, los traficantes de personas conocidos como “coyotes” elevaron sus precios para ayudar a las personas y contrabandistas a entrar y salir del país. Muchos miembros de organizaciones criminales están teniendo que cruzar estas fronteras múltiples veces ya que tienen actividades en los Estados Unidos.
Las guerras continúan
Aun con todo el daño económico que han sufrido estos grupos criminales organizados, no han sido eliminados y no es probable que lo sean, ya que cuentan con productos y servicios que la gente quiere a precios que las personas están dispuestas a pagar, además de que están tan integrados socialmente que tomará más que unos cuantos meses de malos balances para quitarlos del medio.
El CJNG controla entre uno y dos tercios del mercado de drogas de los Estados Unidos. Este es un fuerte arraigo que necesitará más que el coronavirus para ser derribado. En marzo, los medios estadounidenses compartieron detalles de una redada federal en la cual se arrestó a 600 personas y se confiscaron bienes del cártel, incluyendo más de 15.000 kilos de metanfetaminas y casi 20 millones de dólares en efectivo. Además, los mecanismos de control del grupo aseguran su supervivencia. Es tan violento que los miembros dejan pilas de cuerpos en las calles y colgando de los puentes en México.
El ciclo de violencia en México ha alcanzado nuevos récords en los últimos años. En mayo de 2018, una persona era asesinada cada quince minutos en promedio, casi 100 por día, más de 2.500 por mes. La violencia en México es sólo parte de una tendencia a nivel mundial. Esta combinación de crimen, extremismo e insurgencia es parte de la vida cotidiana en América Central y del Sur, África subsahariana y el Norte de África, el Oriente Medio y Asia Central. Los conflictos hoy en día no pueden ser detenidos por acuerdos o tratados para cesar las hostilidades. No es solamente que estas organizaciones no tienen respeto por las organizaciones internacionales o la diplomacia, sino que tienen un incentivo material para mantener las guerras en curso.
La política del crimen
Muchos grupos mafiosos, gánsteres y cárteles no son tratados -académica o legalmente- como actores políticos. Esto tiene varios efectos prácticos.
Primero, esto hace que llevarlos ante la justicia por medio de los mecanismos establecidos en el derecho internacional sea más difícil. Los cárteles tienden a no ser tratados del mismo modo que los grupos insurgentes o terroristas cuyas atrocidades pueden ser etiquetadas como crímenes de guerra. Sin embargo este paradigma no es acertado. Los cárteles mexicanos han desarrollado ambiciones políticas, sus acciones afectan directamente el proceso político y actúan como entidades políticas, gobernando territorio, recolectando impuestos e instituyendo regímenes de control social, incluso por medio del miedo y la humillación de la población.
Puede que los cárteles y otros grupos criminales no tengan como objetivo explícito, o no inicialmente, el reemplazo de los Gobiernos reconocidos, pero su verdadero comportamiento resulta justamente en eso. La mayoría se dan cuenta que sus intereses no están en la destrucción del Estado, lo que crearía anarquía o llevaría al levantamiento de otro Estado y orden político. En lugar de eso, su interés está en capturar al Estado, que por lo tanto deja de ser el objetivo y se convierte en el premio a ganar. Guinea-Bisáu es el clásico caso de un Estado que es simplemente una fachada para los cárteles, y a través de este aparato político los cárteles adquieren una medida de la legitimidad internacional de facto y la capacidad de forjar vínculos en el extranjero.
En segundo lugar, el no tratar a los cárteles como grupos políticos es un error: ellos forjan vínculos internacionales actuando con intereses de varias fuerzas políticas. Un caso reciente: los Estados Unidos pidieron en 2018 que Hungría extradite a dos traficantes de armas rusos que presuntamente intentaron vender armas a los cárteles de droga mexicanos de modo que pudieran derribar helicópteros estadounidenses. Se sabe desde hace mucho tiempo que el crimen organizado en Rusia y los servicios de inteligencia del Kremlin son sinónimos en todos los sentidos, y el -muy razonable- miedo es que Moscú utilice a estos actores “negables” para influenciar el flujo de armas a Sudamérica como un modo de hacer dinero y darle un empujón a los estadounidenses.
Finalmente, las guerras en las que estos cárteles participan y que perpetúan, llevan frecuentemente a éxodos masivos de civiles, por lo general a través de fronteras internacionales. Este es un problema intrínsecamente político, y la actual definición que significa que las personas no pueden buscar asilo si son desplazadas de un narco-conflicto, ya que no está categorizado en los tratados que rigen el estatus de los refugiados, es una anomalía indefendible.
Estados que utilizan a actores “no estatales”
En una inversión de la situación descripta anteriormente, donde las bandas criminales “apolíticas” se apoderan de los Estados, un aspecto importante de la guerra que probablemente crezca es que los Estados utilicen a fuerzas “apolíticas” de combate contratadas -mercenarios- para cumplir con sus objetivos. Esto, nuevamente, crea problemas paradigmáticos, políticos y legales muy complicados.
Dentro la industria de las armas, donde los Estados Unidos suministran más de un tercio del comercio global, esta medida de destreza militar es más bien antigua. En la guerra como en la naturaleza, aquellos que evolucionan más rápido son los que prevalecen. Los conflictos en Ucrania y en Siria sugieren que los rusos en particular se están adaptando mejor a las nuevas realidades de emprender la guerra de un modo que es económica y políticamente viable en el orden mundial actual. Mientras que los Estados Unidos fracasaron en lograr sus objetivos en Irak tras una declaración formal de guerra y la colocación abierta de sus propias tropas en el terreno, Rusia se las ingenió para tener éxito en Siria sin ninguna de estas cosas. Al enviar mercenarios y soldados regulares disfrazados a Siria (y a Ucrania), Moscú pudo negar su presencia hasta que fue demasiado tarde. Los rusos también fueron capaces de tener éxito al tener parámetros distintos y más limitados para el éxito: estuvieron cómodos con mantener a su aliado en el poder, presidiendo un caos manejable, mientras que Occidente buscaba la paz y la estabilidad. Rusia está haciendo cosas similares en partes de África, y sus aliados en Libia han aprendido la lección.
Esto se ha vuelto un problema interno para Occidente. Por un lado, el Kremlin ha organizado una campaña mediática a gran escala para justificar sus intervenciones militares en Siria y en cualquier otra parte, influenciando la política de las sociedades democráticas. No es coincidencia que el líder ruso, Vladimir Putin, continúe encontrando más amigos en Europa, ya que él los está creando por medio de la desinformación. Y por otra parte, el uso de mercenarios como Wagner, una formación vinculada a la inteligencia militar rusa (GRU) que también entrega ayuda humanitaria e influencia a la juventud en Siria, hace que describir lo que está pasando sea más difícil, y mucho menos aplicar la ley internacional. Se necesitan serios cambios en el régimen legal si se quiere hacer justicia contra aquellos que usan la guerra híbrida.
Mientras que todo esto está ocurriendo, los líderes occidentales continúan con el mantra de que el “recrudecimiento” debe evitarse, mucho después de que el recrudecimiento ha sucedido y la influencia se ha perdido. Desde Siria hasta Venezuela, Rusia, un Estado intrínsecamente débil, está llenando el vacío a medida que los Estados Unidos y sus aliados se retiran. Esto está llevando a un mundo más peligroso. Lo que Occidente necesita en este momento es un liderazgo que sea capaz de tener estrategias flexibles y tomar pasos seguros, comprendiendo que el mundo está tan interconectado el día de hoy que cuando existe un conflicto en Oriente Medio o en África, o una crisis en el Sudeste Asiático, este afecta la seguridad de todos.