Ventsislav Bozhev, politólogo de De Re Militari, especializado en Oriente Medio
Geográficamente, la región africana de Sahel podría estar relativamente lejos de Europa, pero debería considerarse cercana en el sentido de seguridad para la Unión Europea (UE) dada la constante expansión de las actividades de varias organizaciones yihadistas y criminales en esa área. Situado entre el Océano Atlántico y el Mar Rojo, y al sur del desierto del Sahara, el Sahel se está utilizando como centro de tránsito para el tráfico de mercancías ilícitas y personas hacia Europa. Si bien factores como la sequía, las malas cosechas, la desertificación y el fracaso del Estado han llevado a muchos agricultores y pastores locales a realizar negocios ilícitos simplemente para ganarse la vida, los que tienen el control son mucho más repudiables. Un gran número de refugiados e inmigrantes utilizan estas redes de contrabando preexistentes para llegar a Europa, a menudo a través del caos de Libia, llenando los bolsillos de los grupos delictivos organizados y yihadistas que controlan las redes.
Según la Comisión Económica para África de las Naciones Unidas (ONU), los ingresos anuales del contrabando ilegal en el Sahel ascienden a 50.000 millones de dólares. Un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estima que el 60-70% de la economía de la región es «informal», es decir, fuera de los marcos legales de los diversos Estados. Una evidencia clara es la cooperación permanente entre los carteles de la droga latinoamericanos y los grupos locales en África occidental. Al menos 50 toneladas de cocaína por año llegan desde América del Sur y Central para ser redistribuidas a través del Sahel, viajando desde allí hacia el norte, hasta el Magreb, y de allí a las calles de Europa.
La verdad es que el Sahel está más cerca de lo que parece y sus efectos aún más cerca de la UE. La UE podría mirar a los Estados débiles y en quiebra que no pueden resolver las crisis económicas o sus conflictos entre comunidades y tribus o mitigar los efectos del cambio climático, y pensar que tiene poco que ver con ellos. Pero estas enfermedades son transportadas por numerosos vectores a Europa. Los diversos yihadistas radicales y las redes criminales no solo influyen materialmente en la seguridad europea a través de actividades ilícitas, sino que también difunden ideologías hostiles y radicales, contribuyendo a los ya altos niveles de violencia y caos.
La crisis regional no se calmó después de la intervención militar francesa de 2012 en Malí y el establecimiento de una misión de paz de la ONU, seguida de los acuerdos de paz de Argel de 2015. Los radicales fueron derrotados en el campo de batalla, pero no completamente eliminados, y encontraron suficientes oportunidades para reagruparse, crecer, expandirse y atacar nuevamente. Entre 2012 y 2018, 344 civiles y militares de la ONU fueron asesinados en ataques yihadistas. La influencia terrorista y radical se extendió constantemente desde Malí a Burkina Faso, Níger y Chad, explotando y exacerbando las divisiones sociales, políticas y étnicas ya existentes. Los poderosos socios de Al-Qaeda y el Estado Islámico (EI) pudieron capitalizar la inseguridad y la marginación social de comunidades enteras, utilizando su versión de la religión como alternativa a las fallidas fuentes de poder tradicionales. Entre 2014 y 2018, la actividad de ocho grupos yihadistas estuvo relacionada con la muerte de más de 1.100 civiles, incluidos 400 solo en 2017. Según la ONU, la violencia y la inestabilidad han llevado a una crisis humanitaria y de refugiados con más de un millón de personas desplazadas en Malí, Chad, Mauritania, Burkina Faso y Níger. Al mismo tiempo, el Programa Mundial de Alimentos advierte que existen 2,4 millones de personas que necesitan ayuda humanitaria con urgencia y más de cinco millones de niños en riesgo de desnutrición. Los Gobiernos locales prácticamente han perdido el control sobre regiones enteras. Existe un peligro real de que estos territorios caigan permanentemente bajo la influencia yihadista y desde allí también pueden extenderse fácilmente a los vecinos Togo, Ghana y Costa de Marfil.
Todos estos hechos son claramente visibles para la élite política europea, y la escalada de recursos que Bruselas dedica al área sugiere que entienden que la región del Sahel se convertirá en una prioridad cada vez mayor para la UE.
Hasta ahora, el mayor contribuyente a la defensa y seguridad regional ha sido Francia, el antiguo poder colonial y el agente de poder tradicional en esta parte de África. En el verano de 2014, la operación «Serval» en Malí fue sucedida por “Barkhane”, que tenía un alcance geográfico mucho más amplio. Hasta el momento se han desplegado unos 5.100 soldados en Malí, Níger, Chad y Burkina Faso, incluyendo 600 enviados desde el comienzo de este año en el contexto de una mayor actividad de los grupos yihadistas. Entre 1.500 y 2.000 soldados franceses operan en las áreas del norte y este de Malí, mientras que el resto se extiende entre la sede en N’Djamena, al menos en cuatro bases y aeródromos en Níger, así como una unidad de fuerzas especiales en Burkina Faso (Operación «Sabr»).
Los soldados franceses participan en una amplia gama de actividades, desde patrullas conjuntas con socios locales, hasta la recopilación de inteligencia, proveyendo capacitación y en general, cualquier tipo de apoyo para el desarrollo de capacidades para llenar el vacío de Gobierno dejado por la ausencia de instituciones estatales. Se hace especial hincapié en la realización de operaciones antiterroristas que han llevado a la eliminación de algunos yihadistas de alto rango, como Djamel Okacha, uno de los líderes de la poderosa filial de Al-Qaeda conocida como Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimiin (Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes). Sin embargo, estas batallas tienen un gran costo. En noviembre de 2019, el ejército francés perdió a trece soldados en un accidente que involucró a dos helicópteros enviados como apoyo durante una operación de fuerzas especiales en la zona fronteriza aislada entre Malí, Níger y Burkina Faso. En total, 41 soldados franceses han muerto en la región desde que el país intervino por primera vez en enero de 2013.
Mientras París se concentra en actividades militares, la UE trabaja en temas más amplios. En 2011, Bruselas presentó una estrategia integral y multisectorial para la región del Sahel. Se actualizó en 2014 y 2015, y ahora este plan se dirige específicamente a Burkina Faso, Malí, Mauritania, Níger y Chad, y se extiende a los países del Magreb y Nigeria. En la práctica, la estrategia se basa en el clásico enfoque “3D”, combinando diplomacia, defensa y desarrollo. El primer componente está relacionado con el nombramiento de un Representante Especial de la UE para el Sahel, cuyas tareas incluyen la coordinación y la mediación entre las principales partes interesadas. La parte de defensa y seguridad de la estrategia implica el despliegue de tres misiones en Malí y Níger. Su objetivo es proporcionar capacitación a la policía local y a las fuerzas del ejército en el contexto de la batalla contra el terrorismo, el crimen organizado y el tráfico. Sin embargo, estas misiones no tienen el mandato de participar en operaciones militares o antiterroristas. En el sentido económico y de desarrollo, la UE ha puesto en marcha varios programas y fondos, con una provisión estimada de ocho mil millones de euros entre 2014 y 2020. Además de estas inversiones, la UE junto con la ONU y el Banco Mundial han prometido 1.300 millones de euros adicionales de apoyo al Plan de Inversión Prioritario, una iniciativa de inversión regional de los países del G5 Sahel destinada a desarrollar más de 40 proyectos de infraestructura.
Pero, ¿qué tan efectivas son todas estas medidas? Al menos por ahora, no parece haber ningún progreso significativo en la estabilización de la región. La violencia y los ataques en Malí, Burkina Faso, Níger y Chad están aumentando progresivamente. Burkina Faso está a punto de colapsar por completo, y es el Estado que sufre más ataques yihadistas que cualquier otro de la región. El islamismo radical no es la única amenaza para los civiles. Los grupos criminales locales, las pandillas o las milicias de autodefensa de base étnica también son responsables de muchas atrocidades. Recientemente, al menos 43 civiles perdieron la vida como resultado de la violencia entre comunidades en Burkina Faso. Incluso las fuerzas de seguridad del Gobierno contribuyen a la inestabilidad y al caos mediante respuestas desproporcionadas a los factores considerados como amenazas.
La falta de éxito hasta el momento puede ser producto del uso de una estrategia inadecuada e incompleta. El enfoque 3D podría no ser suficiente en el contexto de la dinámica político-social del Sahel y los países vecinos. Prácticamente apunta a pacificar a toda la región mediante la destrucción de milicias armadas violentas que representan una amenaza para la estabilidad y la seguridad; negociar acuerdos de paz entre las élites políticas locales; forjar reformas políticas y constitucionales y aumentar la capacidad de defensa de las fuerzas de seguridad locales para asumir más responsabilidad. Pero esta es una estrategia que considera a los militares locales y a las élites políticas como parte de la solución, cuando en la mayoría de los casos estos se encuentran entre las causas de los problemas. Y esta estrategia no es «nueva»; estas élites han estado recibiendo apoyo europeo durante décadas en muchos casos. Blaise Compaore, el expresidente de Burkina Faso, es un buen ejemplo de dicha cooperación. También lo es el actual líder de Chad, Idriss Deby, quien ha estado gobernando el país durante 30 años, a menudo confiando en el apoyo militar francés para enfrentar a los rivales políticos y rebeldes.
No hay una solución fácil para estas crisis superpuestas; ya se ha hecho demasiado daño irreparable a millones de personas. En entornos tan extremos, la elección de ir hacia la radicalización, la violencia y la venganza es muy fácil. Para evitar esto, el enfoque actual necesita ser reformado. Históricamente se ha demostrado que apoyar los modelos políticos actuales es ineficiente y podría costar mucho más a Europa a largo plazo que la actividad actual de varios grupos yihadistas. Mientras más persista esta inestabilidad, más sentimientos antioccidentales se generarán en las comunidades locales, que ya son sensibles sobre su pasado colonial.
Es probable que la solución para el Sahel se encuentre en las comunidades locales. La incorporación de sus intereses, necesidades y perspectivas debe ser la base de todas las futuras reformas económicas y políticas. La guerra contra el radicalismo islámico y el crimen organizado no se puede ganar sin ganar la confianza de las comunidades locales. Europa debería demostrar que no tiene la intención de colonizar estas áreas nuevamente y que respeta a los pueblos locales, ya que una violación de tales promesas podría empujar a más personas al radicalismo. Pero si se cumplen estas promesas y se ofrece asistencia desde Europa a los pueblos locales de acuerdo a sus deseos, esto podría allanar el camino hacia una solución.