Fabrizio Minniti
En los últimos meses la complejidad de la realidad en Afganistán ha salido a la luz, desde la falta de acuerdo entre Estados Unidos y los talibanes, hasta la inestabilidad crónica y en aumento. Estos factores hacen aún más complicadas las amenazas que enfrenta el país. Hasta el mes de septiembre pasado, los EE.UU. negociaron directamente con los talibanes en torno a cuatro puntos fundamentales:
- La seguridad de que el país no será utilizado como refugio seguro para grupos terroristas;
- Repliegue de tropas aliadas;
- Cese del fuego;
- Diálogo intra-afgano.
Cuando un acuerdo de alto nivel parecía cercano, el 7 de septiembre de 2019 el presidente de los EE.UU., Donald Trump, anunció que tales conversaciones encabezadas por su país con el embajador Zalmay Khalilzad habían sido canceladas. Trump señaló que “a fin de construir una falsa influencia” los talibanes habían admitido un ataque suicida con un coche bomba que mató a un soldado estadounidense y a otras 11 personas en la capital iraquí. “Inmediatamente cancelé la reunión y convoqué a negociaciones de paz”, escribió. Trump se refería a la muerte de un soldado estadounidense el pasado 5 de septiembre en un ataque talibán en Kabul.
No está claro si se reiniciarán las negociaciones y en tal caso cuándo. En estas conversaciones no estuvieron directamente involucrados representantes del Gobierno afgano, lo cual hace al presidente Ashraf Ghani aún más débil e inestable. La intención de Trump de retirarse, o disminuir en gran medida la presencia de la OTAN y de los EE.UU. complica la situación de Afganistán. Un repliegue a gran escala derivaría en la caída de las -ya debilitadas- instituciones, así como en una casi segura toma del poder talibán. Los niveles de violencia en el país aún son elevados y las elecciones presidenciales fueron postergadas de marzo a septiembre debido a dificultades logísticas y políticas, lo cual ha complicado mucho la organización, que a su vez depende de la ayuda internacional.
El actual Gobierno en funciones es producto de un acuerdo de intermediación por parte de los EE.UU. Puesto que tanto Ghani como el político afgano de mayor rango -Abdullah Abdullah- celebraron la victoria en las elecciones presidenciales de 2014, Abdullah fue nombrado primer ministro y Ghani se mantuvo en la presidencia. No obstante, la falta de claridad del contenido del acuerdo, respecto a la definición de los roles y responsabilidades del presidente y del primer ministro, se debe en gran parte a tensiones políticas internas. Tanto es así que las competencias atribuidas al primer ministro derivan mayormente de interpretaciones ampliamente divergentes del acuerdo que llevó al establecimiento del Gobierno de Unidad Nacional. Con todo, Ghani se considera el principal beneficiario de un marco constitucional centralizado que confiere considerables poderes a la presidencia.
Oposición gubernamental
El Gobierno ha sido continuamente enfrentado por la oposición dirigida por el expresidente Hamid Karzai, que regularmente criticó a Ghani por sus políticas: desde la seguridad y temas de política exterior hasta la gobernanza interna y sus relaciones con Abdullah. Ghani enfrentó igualmente una fuerte oposición interna tanto del vicepresidente Abdul Rashid Dostum como del gobernador Atta Mohammad Noor. Noor es uno de los miembros más importantes del partido Jamiat-e-Islami, que representa a la minoría tayika del país. La consecuencia de estos contrastes, probablemente favorecida por la oposición étnica interna, fue el lanzamiento por parte de líderes nacionales importantes como Dostum y Noor, de una alianza electoral en julio de 2018: la Gran Coalición Nacional del Afganistán.
Divisiones étnicas
La situación política cada vez más polarizada en Afganistán, al igual que la debilidad del Gobierno de Unidad Nacional, ha introducido en la sociedad afgana la tendencia hacia la fragmentación política a lo largo de líneas étnicas. Estas fracturas, que siempre han existido en el complejo escenario sociopolítico y étnico afgano, parecen haberse radicalizado desde 2014, probablemente porque han sido manipuladas por oponentes locales y también por elementos extranjeros (rusos e iraníes), cuyo objetivo es socavar los esfuerzos estadounidenses por estabilizar políticamente a Afganistán.
Inestabilidad política que activa el aumento de la violencia
La inestabilidad y conflictos políticos entre el Gobierno y la oposición, en las elecciones que tuvieron lugar en octubre de 2018, dieron lugar a retrasos, irregularidades y violencia durante la campaña electoral y también durante las consultas. Diez candidatos fueron asesinados durante la campaña, docenas de civiles fueron muertos y cientos resultaron heridos durante los enfrentamientos. Las conversaciones de paz entre los talibanes y los EE.UU. fracasaron precisamente en las últimas etapas de las delicadas elecciones presidenciales pospuestas en dos ocasiones y cuyos principales candidatos eran Ghani y Abdullah. Los resultados de la elección debe anunciarlos la Comisión Electoral en las próximas semanas. Las elecciones contaron con más de 70.000 miembros de las fuerzas de seguridad desplegados en todo el país para proteger a los votantes. Pese a la masiva seguridad, al menos cuatro personas fueron muertas y 80 heridas en atentados con bombas en centros de votación.
La presión militar ha desacelerado de manera efectiva la expansión territorial talibán y muchos combatientes talibanes han sido muertos en el último año. Sin embargo, el grupo pudo mantener una fuerte presencia en los distritos que componen Afganistán, junto a una alta capacidad operativa para llevar a cabo atentados en todo el país.
La oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR, por su sigla en inglés) ha publicado recientemente un informe que muestra el número de muertes de civiles en el lapso de tres meses, que sería el más alto desde 2009, citando a la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA, por su sigla en inglés) como la fuente. El informe señala que fueron 4.313 víctimas en un periodo de tres meses, que abarca a 1.174 muertos y 3.139 heridos, con un 42% de aumento de víctimas civiles comparado con el mismo periodo del año anterior. SIGAR también informó que Afganistán sufrió 4.554 muertes de civiles desde el 1 de junio al 30 de septiembre de 2019, lo cual representa un 39% de aumento en el número de víctimas civiles comparado con el mismo periodo del año anterior, invirtiendo así el descenso reportado a principios de año. El aumento de víctimas civiles, según el informe, se debe a un gran número de atentados terroristas con uso de artefactos explosivos improvisados (IED, por su sigla en inglés).
SIGAR señala asimismo que los talibanes han incrementado los atentados a las Fuerzas Nacionales de Defensa y Seguridad Afganas (ANDSF, por su sigla en inglés) y a la coalición en este trimestre. Sobre todo, de enero a septiembre, los talibanes fueron responsables de 3.823 víctimas civiles, el 46% del total de víctimas en ese momento. Durante los meses de julio, agosto y septiembre la UNAMA documentó un aumento del 72% en las víctimas civiles ocasionadas por IED comparado con el mismo periodo de 2018. Además, en los primeros nueve meses de 2019 la UNAMA documentó 8.239 víctimas civiles (2.563 muertes y 5.676 heridos), desde el 1 de enero al 30 de septiembre. Asimismo, se informó que elementos antigubernamentales ocasionaron 5.117 muertes civiles (1.207 muertos y 3.910 heridos), equivalentes al 62% de todas las víctimas civiles durante el periodo. El informe de la UNAMA demuestra el fuerte impacto de la violencia contra civiles, relacionada con la elección llevada a cabo por los talibanes con una estrategia de violencia e intimidación justamente destinada a interrumpir las elecciones presidenciales en Afganistán.
Es más, los datos de la UNAMA señalan que los atentados en contra del proceso electoral ocasionaron 458 víctimas civiles (85 muertos y 373 heridos), lo cual incluye 277 víctimas civiles (28 muertos y 249 heridos) solo el 28 de septiembre -día de la elección- cuya tercera parte eran niños. El informe no solo documenta el daño a civiles causados por los talibanes en la interrupción de las elecciones, dando lugar a más del 80% de víctimas civiles relacionadas con las elecciones documentadas, sino que también destaca un modelo muy preciso de secuestros, amenazas e intimidaciones, y el hostigamiento perpetrado por los talibanes en contra de civiles antes y durante las elecciones. Sin embargo, el Gobierno afgano en general ha podido mantener el control de Kabul, de los centros principales de población, de la mayor parte de las rutas más importantes de tránsito, de las capitales de provincia y de la mayor parte de los centros distritales.
Dicho esto, los talibanes continúan probando la capacidad de las fuerzas de seguridad afganas para responder y prevenir los atentados, perpetrando atentados de alto perfil (HPA, por su sigla en inglés), particularmente en la región de la capital, para atraer la atención de los medios de comunicación, crear la percepción de una inseguridad generalizada, y desestabilizar al Gobierno afgano.
¿Quiénes son los talibanes?
Los talibanes son un grupo islamista militante dedicado a aplicar una rigurosa forma de Sharia Deobandi en todo el país. El grupo tiene dos objetivos principales: el retiro de fuerzas extranjeras del país y la restauración del Emirato Islámico de Afganistán. Los talibanes continúan utilizando el nombre Emirato para reforzar su opinión, según la cual el viejo régimen es el Gobierno legítimo de Afganistán y no el Gobierno actual, al que consideran una “marioneta” extranjera impuesta por el régimen.
“Al permitir que los talibanes se refieran a sí mismos como Emirato Islámico, aún entre paréntesis, les permite elaborar la narrativa que obliga a los EE.UU. a negociar una salida de Afganistán, de la misma manera que el muyahidín obligó a salir a los soviéticos”. Desde que los talibanes fueron removidos del poder en Afganistán luego de la invasión de los EE.UU. en 2002, el control del país por parte del grupo ha fluctuado ampliamente. En base a un informe de SIGAR, al 31 de enero, 229 distritos estaban bajo el control del Gobierno afgano, lo cual representa alrededor del 5,3% de todos los distritos afganos.
Esfuerzos militares contra los talibanes
Recientemente las fuerzas afganas del recapturado distrito Asimismo, en los últimos seis meses, doce distritos en las provincias de Ghazni, Badakhshan, Kunduz, Takhar y Faryab han sido totalmente despejados de talibanes, según el Ministerio del Interior. El distrito Khwaja Omari, en la provincia central de Ghazni, también fue arrebatado del control talibán. Los resultados últimamente son más positivos, pero las dificultades enfrentadas por el ejército y las fuerzas de seguridad son complejas. Las batallas por recuperar el control de territorios por parte de los talibanes son continuas y difíciles, especialmente por el uso de IED por el grupo en áreas densamente pobladas.
Grupos aliados
Aunque la insurgencia en Afganistán ciertamente es conducida por los talibanes, hay otros grupos aliados que también luchan por el restablecimiento del Emirato Islámico en Afganistán. Uno de esos grupos es la red de combatientes que fueran conducidos por el veterano líder muyahidín, Jalaluddin Haqqani, comúnmente conocida como la Red Haqqani. Este grupo tiene como su principal área de operaciones el sudeste de Afganistán, en las provincias de Paktika, Paktia y Khowst. La Red Haqqani opera fundamentalmente como un grupo autónomo en el oriente de Afganistán, aunque comparte estrechos vínculos ideológicos con los talibanes. Los objetivos de la Red Haqqani son la salida de todas las fuerzas extranjeras de Afganistán y la recuperación del Emirato Talibán Islámico. Los objetivos más recientes, descritos en una entrevista de 2010 con el líder Sirajuddin Haqqani, requiere el retiro completo de las fuerzas de coalición internacional antes de que tengan lugar las negociaciones con el Gobierno. Sirajuddin mantuvo su dura posición como vicelíder de los talibanes, obstaculizando a elementos más moderados del liderazgo del grupo. Varias operaciones antiterroristas han limitado severamente la capacidad operativa de esta red y su capacidad de regenerarse continuamente en el norte de Waziristán en Pakistán. Asimismo, la muerte de Jalaluddin Haqqani, en septiembre de 2018 redujo la amenaza del grupo.
Pero, la amenaza más grande después de los talibanes es la del Estado Islámico Khorasan (IS-K, por su sigla en inglés). Luego del anuncio de la creación de la Wilayat Khorasan por Estado Islámico, que abarcó a Pakistán, Afganistán, Irán y Asia Central a fines de enero de 2015, el grupo lanzó una serie de ataques en contra de militantes talibanes. El objetivo era atraer a comandantes y muyahidines talibanes, disconformes con el liderazgo talibán, con el deseo de pasar a ser parte de un grupo con ambiciones mucho más allá de Afganistán.
Desde su origen, el Estado Islámico (EI) ha estado expuesto a críticas despiadadas respecto a su brutalidad e interpretación extrema de las escrituras islámicas. En septiembre de 2014, 126 líderes y académicos musulmanes del mundo publicaron una carta abierta dirigida al jefe del EI, Abu Bakr Al Baghdadi, en la cual explicaban por qué el EI no representa al islam auténtico. Varias organizaciones yihadistas, como Al-Qaeda y los talibanes afganos han culpado al liderazgo del Estado Islámico de distorsionar el verdadero significado de la yihad y de perjudicar la lucha en contra del enemigo. Como consecuencia directa, el líder talibán Mullah Mohammed Omar promulgó una fatwa (decreto religioso) en contra de la declaración de lealtad al Estado Islámico, refiriéndose a él como “haram” (prohibido) y señalando que Al Baghdadi era un “falso califa”.
Pese a la fatwa, IS-K ha mostrado una impresionante capacidad de resistir las operaciones antiterroristas, desafiando el control talibán del territorio afgano, especialmente en áreas donde es más fuerte, como la provincia Nangarhar del oriente de Afganistán. IS-K ha aumentado su reclutamiento en este área y pudo lanzar varios atentados suicidas en 2018, en centros urbanos, especialmente en Kabul. Su primer atentado en un centro de registro de votación el 22 de abril acabó con la vida de al menos 57 personas, entre ellas ocho niños. Justo una semana después, el 30 de abril, 29 personas -entre ellas nueve periodistas- fueron muertas en dos ataques suicidas consecutivos. El primer terrorista suicida detonó sus explosivos cerca de los edificios de la Oficina del Director Nacional de Seguridad y el segundo, aparentemente camuflado como periodista, lo hizo unos 20 minutos después, cerca del Ministerio de Desarrollo Urbano, donde estaban reunidos los periodistas para cubrir los primeros ataques.
El IS-K continuó llevando a cabo atentados con numerosas víctimas en sus áreas de operación en junio, julio y agosto. El 3 de agosto 39 personas fueron asesinadas en un atentado suicida con armas livianas en contra de la mezquita chiita en la ciudad de Gardez, en la provincia de Paktika. El grupo se centró en Kabul y capitales de provincia claves durante las elecciones parlamentarias de octubre de 2008, y se espera que atentados futuros sigan el mismo patrón. Actualmente, el IS-K se encuentra en las regiones orientales de Afganistán, pero es probable que el grupo se expanda, coordinándose con células presentes en Cachemira, un área fértil para el fundamentalismo islámico. La estrategia del IS-K, de hecho, es local y está dirigida a degradar la confianza en la democracia, explotando el sectarismo y esparciendo semillas de inestabilidad, pero también global al expandir su reclutamiento y actividades en Afganistán a fin de organizar atentados en contra de países de Occidente.
Conclusión
En conclusión, es ciertamente difícil predecir lo que podría ocurrir en el país si cambia el equilibrio, ya sea el político o el relacionado con la seguridad nacional. Ghani señaló, en una entrevista con CBS, que las Fuerzas Armadas Afganas no durarían más de seis meses sin apoyo de los EE.UU., y que el Gobierno se derrumbaría, con importantes implicaciones para países vecinos como Pakistán. El difícil equilibrio del país se basa en el apoyo a las fuerzas de seguridad afganas, el apoyo financiero de la OTAN y los EE.UU. y el apoyo directo proporcionado por operaciones de coalición para acciones en contra del terrorismo.