Angus Taverner, Senior Researcher, Bussola Institute
El 8 de abril de 2019, el presidente de los EE.UU., Donald Trump, calificó al Cuerpo de la Guardia Islámica Revolucionaria (CGIR) como ”organización terrorista extranjera”, bajo la Sección 219 de la Ley de Migración y Nacionalidad de los EE.UU. Declarando que esta última maniobra de los EE.UU. sería dirigida por el Departamento de Estado, el Presidente Trump continuó enfatizando que en su opinión “Irán no es sólo un Estado que patrocina el terrorismo, sino que además el CGIR participa activamente, financia, y promueve el terrorismo como una herramienta política.” El presidente indicó además que “esta acción envía un mensaje claro a Teherán en cuanto a que su apoyo al terrorismo tiene serias consecuencias.”
La maniobra de calificar al CGIR como organización terrorista constituye un avance importante dentro de las políticas de la administración Trump para aplicar y mantener “máxima presión” sobre el régimen iraní, y se alinea con la decisión de los EE.UU. de 2018 de retirarse del Plan de Acción Integral Conjunto (Joint Comprehensive Plan of Action o JCPOA por sus sigla en inglés), el acuerdo nuclear con Irán de 2015, la consiguiente imposición de duras sanciones y, más recientemente, con las renovadas disputas navales en aguas alrededor del Golfo.
Mientras que los observadores internacionales coinciden casi unánimemente que, desde la revolución de 1979, Irán ha recurrido a actores no estatales y milicias estatales -particularmente al CGIR- para alcanzar tanto objetivos domésticos como internacionales, muchos críticos de la administración Trump inmediatamente denunciaron esa decisión, argumentando que no se justificaba sobre la base de evidencia observable, y que se trataría de una pieza teatral diseñada para desviar las críticas recientes por la actitud errática del Sr. Trump hacia Irán.
En este escenario de acusaciones y contracusaciones, resulta oportuno considerar la dimensión por la que se justifica la larga reputación de Irán como “Estado patrocinador del terrorismo” y entender en qué medida Irán continúa apoyando actividades terroristas y la razón para ello.
En la búsqueda de respuestas a estas preguntas, casi inmediatamente entran en juego cuestiones acerca de perspectivas e interpretaciones. El propio término “terrorismo” escapa en gran medida a una definición, pues depende principalmente del punto de vista subjetivo del espectador. Es un recordatorio del viejo aforismo “el terrorista de unos es el libertador de otros”. Las definiciones legales varían de un país a otro. Alemania define al terrorismo como: “Actos cometidos con propósitos políticos, religiosos, étnicos o ideológicos capaces de provocar miedo en la población o en cualquier segmento de ella, y de esa manera influir sobre un Gobierno o ente público.” [1] De forma similar, el Reino Unido define un acto terrorista como: “Actos de personas que actúan en nombre de, o en conexión con, cualquier organización que lleva a cabo actividades dirigidas a derrocar o influir, con fuerza o con violencia, al Gobierno de su Majestad en el Reino Unido o a cualquier otro Gobierno legal o de facto.” [2] Por su parte, en los EE.UU. la ley establece que: “Un acto de terrorismo es […] parte de un intento por coaccionar a la población civil de los EE.UU., o influir sobre la política o afectar la conducta de los EE.UU. mediante coerción. Debe ser perpetrada como parte de un intento por coaccionar a los civiles estadounidenses o influir ya sea sobre la política o sobre la conducta del Gobierno de los EE.UU. mediante coerción.” [3] Pero pese a las obvias diferencias en sus redacciones, estas definiciones comparten la interpretación de que el terrorismo adopta el uso de la violencia para influir o coaccionar a una importante audiencia, algo sin duda mucho más fácil de conseguir que nunca en esta era de comunicaciones de masa y más inmediatas, empleando una multiplicidad de canales, incluyendo redes sociales y medios de comunicación comunes, y menoscabar las estructuras del Estado, sea que haya sido democráticamente elegido, autoritario, dictatorial o de cualquier otro tipo. Por ello, para la mayoría de los Gobiernos, el foco se coloca en los actos de violencia, su impacto en la opinión pública y el grado en que ello puede debilitar la confianza en la autoridad. Sin embargo, tratándose de Irán puede considerarse que estas definiciones restringidas no alcanzan a abarcar los principales objetivos de las milicias apoyadas por Irán o la diversidad de sus actores no estatales violentos.
Analizar a Irán bajo el prisma singular de los intereses estadounidenses tras la calificación de Trump del CGIR fue criticado y hasta despertó indignación porque se estimaba que existía poca o incluso ninguna justificación, y mucho menos una explicación para tal acción. Ciertamente no existía ningún intento de basar la decisión sobre pruebas específicas de que Irán hubiese violado leyes nacionales o internacionales.
Escribiendo para el medio liberal, The New Republic, el analista Jefferson Morley admitía que “la verdad es que la amenaza terrorista iraní en real.” Pero luego añadía: “es también pequeña.” [4] Hablando con los prestigiosos expertos en terrorismo Bruce Riedel y Bruce Hoffman, ellos se manifestaban de acuerdo con ese punto, aunque Riedel se permitía recordar los ataques directos del CGIR contra las fuerzas militares estadounidenses en Irak entre 2003 y 2008, y Hoffman iba más atrás todavía, recordando el papel del CGIR en los ataques con bomba a la embajada de los EE.UU. en Beirut en 1983 y 1984.
Tal como declaraba Morley con cierta molestia, “bajo cualquier parámetro objetivo, éste [el terrorismo iraní] se presenta como una amenaza para los estadounidenses -y para el mundo- mucho menor que el terrorismo sunita o el terrorismo supremacista blanco.” Su argumento subyacente radica en que mientras Irán es sancionado, Arabia Saudita es elogiada, pese al hecho que en su opinión, la amenaza que el terrorismo iraní representa para los EE.UU. es relativamente menor comparado con los desafíos presentados por el extremismo sunita, frecuentemente respaldada o financiada por los saudíes, que continúa siendo sustancial.
Pero Morley y los críticos afines a él parecen perder de vista un punto importante. El terrorismo debe ser considerado no sólo bajo lo que los militares denominan ”nivel táctico”, como en el caso del ataque al teatro Bataclan en Paris, el uso de automóviles para matar transeúntes en los puentes de Londres o incluso estrellando aeronaves contra rascacielos. En gran medida, pareciera que estos actos de terrorismo táctico no son el enfoque principal del régimen iraní o del CGIR.
De la misma manera, debiera entenderse, inequívocamente, que Irán emplea las herramientas y la “doctrina” del terrorismo para conseguir intereses estratégicos nacionales. Pareciera que en este malentendido sobre la diferencia entre estrategias y tácticas radica el error de los críticos respecto a la participación de Irán en el terrorismo global y su apoyo al mismo. Tal como observa Lawrence Freedman en su análisis de 2007 El terrorismo como estrategia [5]: “la actividad terrorista debería ser evaluada como estrategia, por lo que enfrentar el fenómeno requiere no sólo denunciarlo por su perversa moralidad y su inhumanidad, sino también comprender sus motivos y métodos, tratándolo como algo que tiene un propósito y es instrumental, y no sólo como algo maligno.”
Justificando su calificación al CGIR como “organización terrorista extranjera”, el Departamento de Estado de los EE.UU. publicó información interesante. Éste calcula que desde 2012, Irán ha gastado más de USD 16.000 millones para apoyar directa e indirectamente a milicias y a otros actores no estatales en su lucha contra el régimen de Assad en Siria, a los rebeldes hutíes en Yemen y a los fundamentalistas chiitas en Irak.
El Departamento de Estado de los EE.UU. también estima que Irán ha financiado a Hezbollah en Líbano con alrededor de USD 700 millones anuales desde la formación de éste último a principios de la década de 1980 y con USD 100 millones adicionales cada año para apoyar a Hamas en Gaza. Sustentando sus argumentos a favor de acciones duras contra Irán, el Subsecretario Asistente para Seguridad Civil del Departamento de Estado, Nathan Sales, declaró en el Instituto Washington en noviembre de 2018, que el régimen iraní no sólo descuida a su población priorizando “la compra de armas y bombas para terroristas extranjeros” [6], sino que además, según los EE.UU., lo hace como parte de una estrategia dirigida a debilitar a los Estados del Golfo.
Aislado y en gran medida empobrecido, el régimen de Teherán carece de la libertad o de los recursos para adquirir armamento moderno o para entrenar a su fuerza militar a los niveles necesarios para poder obtener una victoria en caso de una guerra convencional contra sus vecinos del Golfo, y peor aún contra Israel. Al mismo tiempo, los líderes iraníes continúan viendo a su país como una potencia regional que se mantiene en competencia contra sus adversarios regionales por el control y la influencia sobre el amplio mundo árabe.
Acorde a ello, puede afirmarse que Irán de hecho continuaría adoptando al terrorismo como un arma estratégica y una herramienta táctica en su continua lucha por sostener y expandir la revolución islámica chiita hacia la región y el mundo entero. Visto desde esa perspectiva, los líderes iraníes utilizan el terrorismo como un arma de guerra asimétrica como contrapeso de sus debilidades convencionales tradicionales. El apoyo al terrorismo también pareciera alinearse a la narrativa de Irán de una revolución continua.
Si bien Jefferson Morley podría estar en lo correcto al indicar que el terrorismo iraní representa un riesgo pequeño o incluso inexistente para la seguridad interior estadounidense, también pareciera ser correcto que el presidente Trump designe al CGIR como un “grupo terrorista extranjero” porque, debido a las políticas de Irán recurriendo a medios violentos y no convencionales, eso es precisamente lo que es. Existe amplia evidencia que demuestra que el CGIR, sea a través de las acciones de Hezbollah en Siria y Líbano, de los hutíes en Yemen o de Hamas en Palestina, continúa utilizando al terrorismo en pos de los objetivos de Irán por desestabilizar al mundo árabe mediante la generación de miedo e incertidumbre, para fomentar los conflictos, menoscabar la autoridad de los Gobiernos y ejercer su influencia a lo largo de la región y el mundo.
European Eye on Radicalization tiene como objetivo publicar una diversidad de perspectivas y por ende no respalda las opiniones expresadas por los colaboradores. Los puntos de vista expresados en este artículo representan solamente al autor.
Referencias
[1] OECD Definition of Terrorism by Country in OECD Countries. Disponible en: https://www.oecd.org/daf/fin/insurance/TerrorismDefinition-Table.pdf
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Morley, J. The Growing Obsession with Linking Iran to Terrorism. 10 de abril de 2019. New Republic, US. Disponible en: https://newrepublic.com/article/153537/growing-obsession-linking-iran-terrorism
[5] Freedman, L. Terrorism as a Strategy. Government and Opposition. Vol 42, Issue 3, pp 314-339. 2007. Cambridge University Press. Disponible en: https://www.cambridge.org/core/journals/ government-and-opposition/article/terrorism-as-a-strategy/78B480A2873055E6A7F9A5FEBEC15B52
[6] Sales, N. Countering Iran’s Global Terrorism. US State Department. 13 de noviembre de 2018. Disponible en: https://www.state.gov/countering-irans-global-terrorism/