European Eye on Radicalization
A mediados de 2018 se habían identificado a 200 combatientes terroristas extranjeros maldivos (FTF, por su sigla en inglés) que optaron por unirse a Estado Islámico (EI) en Irak y Siria. Una cifra impactante para un país con una población de tan solo 350.000 habitantes. De hecho, la República de Maldivas es el país no árabe con el mayor número de combatientes extranjeros per cápita.
Los combatientes maldivos fueron además movilizados rápidamente. En 2015 su número oscilaba entre los 50 y 100, lo cual indica que el contingente de las Maldivas se constituyó en una de las primeras legiones no árabes en responder a la convocatoria del califato.
En su complejidad, los 1.200 atolones que conforman las islas Maldivas son un caso paradigmático de un escenario ideal de radicalización. Se caracterizan por su pobreza generalizada, notables nexos con el crimen y el terror, corrupción endémica, severa falta de confianza en el Estado, e influencias culturales y religiosas foráneas.
En su libro Destination Paradise – Among the Yihadists of the Maldives (“Destino Paraíso – Entre los yihadistas de las Maldivas”), la periodista italiana y antes asesora de derechos humanos, Francesca Borri, nos ofrece una de las escasas descripciones disponibles de los modelos de radicalización en las islas Maldivas. Su perspectiva es especialmente interesante porque posee un sólido conocimiento de Oriente Medio, donde estuvo viviendo cerca de una década, y aquí se encuentra en una región muy diferente. Explorando las Maldivas como europea familiarizada con Oriente Medio, Borri es capaz de encontrar las similitudes y diferencias entre estos tres universos.
En su libro, la autora explica que aquello que más la impactó de las Maldivas es la naturalidad con que se habla de la yihad, “sin siquiera bajar la voz”. Esta normalidad emerge claramente de las páginas de su libro, repletas de encuentros informales e invalorables conversaciones ocasionales.
Las islas Maldivas están entre los países más estereotipados: sol, mar y playas románticas. Como sugiere Borri, los típicos turistas occidentales ni siquiera se dan cuenta que están en un país musulmán.
La razón de tan completo desconocimiento es la clara separación entre las áreas ocupadas por los centros turísticos, que por lo general abarcan atolones íntegros, y las áreas habitadas por la población local, particularmente Malé, la capital, donde los maldivos acuden para cubrir la mayor parte de sus necesidades.
Considerando su escasa población y los ingresos del floreciente sector turístico, la situación financiera podría ser lo suficientemente buena como para mejorar las condiciones de vida de todos los maldivos. En palabras de una de las personas que la autora conoció: “…las Maldivas podrían ser como Dubai o como Suiza, cuya población es pequeña, pero genera miles de millones de dólares con el turismo. Pero aquí todo es un favor, una concesión. Si te enfermas, tocas la puerta de la Presidencia y te pagan tu tratamiento en Sri Lanka. Por eso nadie se rebela. No somos ciudadanos, somos mendigos.”
En realidad, el dinero generado por el turismo acaba en manos de empresarios locales e internacionales, en un país donde el 5% de la población posee el 95% de la riqueza. La vida para la gente común es dura: el salario promedio es de 8.000 rufiyaas (alrededor de 500 euros), mientras que el alquiler de tres habitaciones cuesta alrededor de 20.000 rufiyaas.
En la primera parte de su libro, Borri describe el papel que en la práctica desempeñan las pandillas en el tejido urbano de Malé. La ciudad está dividida entre aproximadamente treinta pandillas y cada una tiene de cincuenta a quinientos miembros. Significa entonces que estas bandas incorporan a una quinta parte de la juventud, la cual corresponde al grueso de la población, ya que la edad promedio en el archipiélago es de tan solo 18,7 años.
En lo que respecta a la policía de Malé, es considerada una de las muchas pandillas de las que uno debe protegerse.
Cuando un joven se une a una pandilla, los modelos de radicalización son sorprendentemente similares a los que se ven en muchos otros países. Es posible que siendo aún niño –con doce años aproximadamente– comience a consumir drogas, para posteriormente pasar de ser un delincuente ocasional a un criminal habitual. Por lo general se enfrentará a la cárcel por delitos comunes, donde luego uno o más miembros de su grupo se radicalizan tras las rejas, lo cual a su vez genera presión entre sus pares.
Asimismo, es posible que un reclutador se acerque a estos jóvenes, les entregue un Corán y converse con ellos sobre Siria y la opresión de los musulmanes en todo el mundo. Francesca Borri destaca que los centros de reclutamiento son principalmente las cárceles y no las mezquitas. No obstante, al abordar la radicalización en las cárceles, la autora no deja de lado otros temas y factores sociales que contribuyen al desarrollo de un terreno fértil para la radicalización.
Las personas familiarizadas con la historia de Oriente Medio concordarán con algunos de los procesos descritos por la autora.
En la década de 1970, muchos jóvenes que estudiaron en el Golfo, Pakistán o Egipto regresaron a las islas Maldivas con posturas religiosas más conservadoras. Malé tiene universidad, pero incluso hoy en día la mejor opción de estudio está en el extranjero. Para eso, muchas familias necesitan de algún apoyo financiero, pues el Estado no proporciona ninguno. Por lo tanto, su única opción es recurrir a instituciones religiosas o mezquitas patrocinadas por países más ricos, especialmente dispuestos a ayudar a quienes desean cursar estudios sobre temas religiosos.
En este sentido, la historia de las Maldivas es la de muchos otros países. Los seguidores del Islam ganan influencia por medio de la educación y de su habilidad de llenar los vacíos dejados por un Estado que brinda servicios deficientes a sus ciudadanos. Otra táctica conocida es presentarse como partidarios de la libertad y la justicia, cuestionando la opresión en lugar del secularismo. Además, el hecho de haber sido violentamente reprimidos por Maumoon Abdul Gayoom, presidente entre 1978 y 2008, los ha convirtido en una especie de mártires.
Hoy en día la percepción generalizada entre los activistas seculares de las Maldivas es que la presencia de la religión en la esfera pública ha aumentado de manera significativa. Está prohibido poseer una Biblia o una Torá. La materia principal en la escuela es la práctica del Islam. Únicamente los musulmanes pueden obtener la ciudadanía maldiva. La Constitución del país reconoce la libertad de opinión, pero solo si no se ejercita de manera contraria al Islam.
En este contexto el camino hacia la yihad está abierto. Como se destacó anteriormente, en los últimos años, radicales jóvenes comenzaron a abandonar el país para ir a Siria, pero el Gobierno niega categóricamente que haya habido maldivos involucrados en ese conflicto. Según las declaraciones oficiales no existe radicalización en el país.
A partir de los relatos recolectados por la autora de Destination Paradise, está bastante claro que nadie te inspecciona o detiene cuando estás por viajar a Siria. Las autoridades tienen razones suficientes para librarse de estos jóvenes y ellos quieren partir. Como señalara uno de ellos: “Todos queremos irnos. Cualquier cosa es mejor que Malé. En Siria, al menos me matarían por una razón más digna”. De ahí que, para muchos habitantes de este país, Siria sea una oportunidad tanto económica como moral.
En la segunda parte del libro, Borri describe su reunión con tres reclutadores y traficantes árabes. Ellos son especialistas en logística y tratan con personas y armas, no para Al-Qaeda ni para Estado Islámico –o quizás para ambos– y como la autora conoce bien la guerra, comprende que finalmente ello no genera gran diferencia.
La parte más interesante del periplo de la autora es probablemente su estadía en Himandhoo, la isla más conservadora. Himandhoo es el bastión del Islam radical y muchos de sus habitantes optaron por irse a Siria e Irán, y anteriormente a Afganistán.
La isla está relacionada con el primer y hasta ahora único ataque terrorista en la historia de las islas Maldivas, ocurrido el 29 de julio de 2007 en Malé. La explosión de una bomba en un parque hirió a 12 turistas extranjeros. El 10 de agosto la policía llegó a Himandhoo para buscar a los autores, pero se vio confrontada con docenas de hombres armados y tuvo que huir. En la isla habitan varias organizaciones de voluntarios islámicos que operan absolutamente sin control, y se rumorea sobre la existencia de campos de entrenamiento yihadista en islas alejadas de Malé.
La única observación discordante a este trabajo apasionado –pero equilibrado– de la autora es su postura simplista respecto a la percepción que los europeos tienen de los musulmanes: “Aquí tenemos que entender a los yihadistas, mientras nos cuidamos las espaldas. Pero también en Europa es lo mismo, habida cuenta que los musulmanes –todos los musulmanes sin distinción– son ahora los negros, los judíos de este siglo, quienes al parecer no tienen cualidad alguna, ninguna cosa decente o positiva que enseñar, nada: son un problema y punto, en esta Europa donde si tratas de entender a los yihadistas, eres terrorista (…); te prohíben incluso escribir ‘Estado Islámico’, porque si lo haces –dicen– significará que lo estás reconociendo y legitimando.”
Al margen de la naturaleza poco clara de la frase “entendiendo a los yihadistas”, la descripción según la cual toda Europa es racista e islamófoba obviamente es equívoca y no agrega mucho a este volumen que en cualquier otro aspecto es por demás informativo.