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Cómo publicitar un ataque: Las lecciones de Nueva Zelanda

25 marzo 2019
in Artículos
How Terrorists Publicise Attacks: The Lessons Of New Zealand

Police officers guard the area close to Masjid al-Nur, 15 March 2019. (Photo by Tessa BURROWS / AFP)TESSA BURROWS/AFP/Getty Images

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Manuel R. Torres Soriano

Los terroristas aprenden a través de otros. Sus operativos se alimentan de la experiencia de otros radicales, encontrando ejemplos de prácticas exitosas y advertencias sobre errores que deberían evitar. El hecho que la inspiración provenga de otros grupos que ellos califiquen de enemigos no provoca demasiadas contradicciones. Por ejemplo, luego de los ataques del 11 de septiembre de 2001, una constelación de radicales, a diestra y siniestra, expresaron su admiración por la audacia con la que Osama Bin Laden había humillado al poder estadounidense.

Uno de los aspectos que genera mayor fascinación entre individuos violentos es, precisamente, la habilidad de algunos protagonistas para romper el cerco de los medios al que ellos mismos consideran estar sometidos. Los terroristas están convencidos de la verdad intrínseca de sus ideas, así como de su capacidad transformadora. De acuerdo a ellos mismos, el único obstáculo que evita que la población adopte sus puntos de vista de manera extensa es el esfuerzo de sus enemigos por mantener a la gente bajo un estado de ignorancia y manipulación. La violencia, convenientemente dramatizada, es la lleva que les brinda acceso a la opinión pública. Y en esta área queda mucho por aprender de otros grupos que han logrado dar a conocer al mundo sus ideas y objetivos.

La violencia terrorista inspirada por ideologías de extrema derecha ha mostrado históricamente tener una estructura organizacional débil, algo que ha evitado que sus militantes puedan seguir algunos de los ejemplos exitosos establecidos por jihadistas, la extrema izquierda y terroristas etno-separatistas. Mientras que éstos últimos han contado con organizaciones complejas que permitieron la asignación de funciones de planificación, ejecución de ataques y explotación propagandística a distintas personas, la naturaleza fragmentada del extremismo de derecha ha significado que muchas veces el mismo atacante individual deba asumir solo todos estos roles. Ello les ha impuesto considerables limitaciones.

Tal fue el caso, por ejemplo, del terrorista noruego, Anders Breivik, quien diseñó meticulosamente una sucesión de ataques en julio de 2011. Tras detonar un coche bomba contra edificios del gobierno en Oslo, aprovechó la confusión para desembarcar con un arsenal de armas en la pequeña isla de Utøya. Una vez ahí, acabaría con la vida de 69 adolescentes que asistían a un campamento de verano organizado por el partido político de izquierda. El propósito de este ataque era llamar la atención a un manifiesto bastante largo que él había escrito con el título “2083: Una declaración europea de independencia”, en el que apuntaba al Islam y al “marxismo cultural” como los principales enemigos de la civilización occidental. Sin embargo, Breivik tuvo mucho cuidado para no dar a conocer su texto en internet sino hasta unas pocas horas antes que se iniciaran los ataques. Sin una organización que le apoyara, él mismo debió asumir la responsabilidad por la explotación propagandística de sus acciones, lo que significaba que no podía hacerlo con demasiada anticipación a los ataques (algo que podía alertar a las autoridades), como tampoco luego de éstos (cuando era previsible que estuviese muerto y sin posibilidad de acceder a internet).

Es probable que los perpetradores de los atroces ataques contra los feligreses de dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda, no estuviesen inspirados exclusivamente por las acciones de este terrorista noruego. Existen otros precedentes, fuera de la extrema derecha, en los que ellos podrían haber encontrado lecciones tácticas para organizar sus crímenes.

El primer terrorista en utilizar una cámara GoPro para documentar sus asesinatos fue el jihadista francés Mohammed Merah, quien filmó desde su motocicleta mientras disparaba contra soldados judíos y niños en la ciudad de Toulouse el 2012. En ese entonces, sin embargo, no existía la capacidad para transmitir videos en vivo a través de internet, por lo que Merah tomó la cuestionable decisión de hacer pública su grabación enviándola dentro de una memoria USB a la cadena de televisión Al-Jazeera. La estación árabe mostró su buen juicio y decidió no transmitir ni siquiera imágenes congeladas de este atroz video. Como resultado, los crímenes de este terrorista de origen argelino recibieron significativamente menos cobertura mediática de la que habrían obtenido con la divulgación pública de las imágenes.

El primer terrorista en utilizar Facebook Live para transmitir un ataque en tiempo real fue también un jihadista. Larossi Abballa asesinó a una pareja de policías franceses el 2016 cuando retornaban a su casa en Magnanville. Luego de apuñalar a la pareja, delante de su aterrorizado hijo de 3 años, empezó a transmitir mediante su teléfono móvil una larga declaración, en la que alentaba a otros simpatizantes del Estado Islámico a seguir su ejemplo. Sin embargo, se trata de otro ejemplo de éxito empañado, ya que, si bien la transmisión en directo garantizaba que su mensaje no pudiese ser silenciado, el video empezó luego de los asesinatos, y si bien fue filmado al interior del hogar de las víctimas, sólo muestra el rostro del terrorista. Esto lo hizo diferente de otros testimonios jihadistas “convencionales”, y por ello tuvo menos atractivo mediático.

La forma en que fue llevada a cabo la masacre de Christchruch es una fusión de las lecciones extraídas de todos estos precedentes, intentando combinar los aspectos que facilitan una mayor cobertura mediática. AL obtener imágenes en primera persona y difundirlas inmediatamente, el terrorista añadió una novedad: transformar las armas empleadas en el ataque en instrumentos de propaganda en sí mismos. Tanto los rifles como los cartuchos fueron pintados con varios códigos y símbolos típicos de la subcultura del supremacismo blanco y el movimiento neo-nazi. Las armas abandonadas por el terrorista necesariamente se convertirían en evidencia dentro de una investigación judicial y policial, y sería inevitable que los medios de comunicación hicieran eco de la compleja simbología supremacista y de sus significados.

Como conclusión, los fanáticos nunca han dejado de experimentar con nuevas las posibilidades presentadas por la tecnología. Desafortunadamente, continuaremos siendo testigos de los terribles frutos de este proceso de imitación e innovación en marcha.

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