Los estudios sobre terrorismo constituyen una de las áreas de trabajo académico que más han aumentado en la últimas dos décadas. Los ataques del “11 de Septiembre” propiciaron el crecimiento exponencial de una línea de investigación que, hasta entonces, se había ido desarrollando dubitativamente bajo una perspectiva sobre todo retrospectiva, centrada en análisis históricos y socio-biográficos de distintas corrientes de terrorismo moderno. El dramático surgimiento de Al-Qaeda como un nuevo enemigo global cambió aquello, exigiendo a ese campo de estudio respuestas inmediatas a varias preguntas sobre las motivaciones, los objetivos, la estructura organizacional y el modus operandi de estos grupos violentos con aspiraciones globales. Este sentido de urgencia recientemente descubierto significó que los estudios sobre terrorismo debieran reorientarse hacia dos objetivos principales: a) sistematizar y encontrar sentido para la escasa información disponible sobre jihadismo terrorista, y b) llevar a cabo análisis exploratorios de corto plazo sobre la forma en que esta amenaza evolucionaría.
Los ataques contra Washington y Nueva York también provocaron una respuesta internacional sin precedentes, que resultó en una enorme movilización de todo tipo de recursos contra el terrorismo. En poco tiempo se generó una demanda colosal por entrenamiento especializado, no sólo entre las nuevas promociones que fueron rápidamente incorporadas a los grupos que tradicionalmente se dedicaban al contraterrorismo, sino también entre los otros sectores públicos y privados que, hasta entonces, no habían cumplido función alguna en materia de prevención de y combate contra la violencia terrorista. Esta tarea ya no es considerada materia represiva a cargo de la policía, los militares y las agencias de inteligencia exclusivamente. Un punto de vista mucho más sofisticado sobre las múltiples causas que alimentaron al problema terrorista y la complejidad de su tratamiento comenzó a echar raíces en la sociedad. Consecuentemente, aquellos que atendieron esta demanda de capacitación y conocimiento provinieron de campos tan diversos como trabajo social, diplomacia, periodismo, finanzas, prisiones, y muchas más.
Desde entonces, con las ofertas de formación bajo la forma de cursos de licenciatura, diplomados, cursos de verano y conferencias – patrocinadas por entidades públicas, universidades, centros de investigación, fundaciones, empresas y asociaciones civiles – el campo de los estudios sobre terrorismo no ha dejado de crecer. El común denominador entre estas ofertas tan heterogéneas radica en que las expectativas de los estudiantes rara vez son satisfechas. Existen varias razones para ello.
En primer lugar, la heterogeneidad en los perfiles de los estudiantes en estos programas ha motivado una perspectiva genérica. Es normal encontrar en una misma aula gente con intereses profesionales muy diferentes, incluso hasta opuestos entre sí. Todos ellos esperan adquirir conocimientos que sean directa y específicamente aplicables para mejorar sus habilidades de trabajo, y esto es muy difícil de lograr cuando un mismo tema es analizado al mismo tiempo, por ejemplo, para un guardia que trabaja en el control de pasajeros en un aeropuerto, y para un trabajador social de un centro de internación para menores.
En segundo lugar, muchos quienes muestran interés en estos programas tienen expectativas poco realistas sobre la naturaleza de los conocimientos que esperan adquirir. Los estudios sobre terrorismo se han visto contaminados por los mismos estereotipos populares a través de los que se percibe el mundo del espionaje. Por un lado, existe enorme interés en conocer una amplia gama de procedimientos operativos en las áreas de los servicios de inteligencia y agencias de policía. Sin embargo, dada su naturaleza sensible, no sólo este tipo de conocimiento no puede revelarse en esta forma de programas abiertos al público, sino que incluso éstos son implementados de manera selectiva y compartamentalizada dentro de los programas de entrenamiento para el personal de tales agencias y servicios.
Por otro lado, muchos estudiantes esperan obtener mediante estos cursos una serie de declaraciones categóricas sobre el fenómeno del terrorismo. Muchos de ellos se ven frustrados cuando lo que se les ofrece – como ocurre con todo tipo de fenómeno complejo – es conocimiento aproximado, imperfecto y sujeto a revisiones continuas. Desafortunadamente, existen personas que han encontrado en estas expectativas poco realistas una oportunidad de negocios, o una forma para alimentar sus egos y su deseo de popularidad. Estos oportunistas han cultivado una oferta formativa esencialmente fraudulenta, que promete enseñar (entre otras cosas) a reconocer a un terrorista oculto entre la multitud con apenas un vistazo, anticipar sus movimientos o decodificar su mente. El daño ocasionado por estos pseudo-expertos se incrementa cuando sus ‘credenciales’ como entrenadores les brindan acceso a los medios de comunicación.
Pese a todo lo indicado, los estudios sobre terrorismo continúan siendo relevantes. Por un lado, éstos constituyen uno de los campos de investigación académica, cuyos resultados pueden ser más fácilmente transferidos al área de seguridad pública y de formulación de políticas de defensa. Por el otro lado, los estudios sobre terrorismo como parte de un programa de instrucción o capacitación contribuyen decisivamente a mejorar las capacidades analíticas de todo profesional cuyo trabajo esté relacionado de alguna manera con este fenómeno.
Los estudios sobre terrorismo contribuyen a enmarcar la actual violencia política dentro de un contexto histórico más amplio. Uno de los principales errores a tiempo de reaccionar contra el terrorismo jihadista ha sido precisamente el interpretarlo como un fenómeno absolutamente diferente a cualquier otra manifestación de violencia terrorista previa. La tendencia a sobre-interpretar todo aquello que es nuevo e ignorar los elementos de continuidad desemboca en la generación de malas políticas públicas. Los estudios sobre terrorismo contribuyen a sistematizar y a convertir en conocimiento útil las lecciones conseguidas a lo largo de varias décadas de lucha contra grupos con distintas motivaciones, y bajo todo tipo de contextos geográficos y culturales.
Quizá uno de los aportes más relevantes del estudio sobre terrorismo sea el hecho que ellos compensan las limitaciones analíticas de las agencias contraterroristas. Estos protagonistas tienen un claro interés por ser capaces de realizar un análisis estratégico del fenómeno terrorista, lo que les permite identificar las tendencias y planificar a largo plazo. Sin embargo, la realidad es que, al igual que con otras burocracias públicas, sus planes se ven arrastradas por las necesidades más urgentes e inmediatas. La identificación y neutralización de terroristas, especialmente en países que han sufrido un ataque recientemente, se convierten en prioridades que acaban consumiendo todos los recursos humanos, a costa de su capacidad para generar productos analíticos más ambiciosos. Como resultado, gran parte de la información generada en el contexto de investigación anti-terrorista se mantiene sin explorar, ya que no tiene incidencia directa para localizar y procesar a nuevos terroristas. Los investigadores y académicos que participan en estudios sobre terrorismo no se ven afectados por esta necesidad de actuar en el corto plazo. Esto les permite abordar el fenómeno desde una perspectiva más amplia y con menos presiones, produciendo marcos referenciales y teorías alternativas que contribuyen a complementar y enriquecer el trabajo analítico llevado adelante por las agencias de seguridad.