“La izquierda se ha convertido en los ‘Covidiotas’ útiles de China” reza el para nada discreto titular de un reciente artículo de The Telegraph en el Reino Unido. A juzgar por ciertos comentarios, pareciera que algunos izquierdistas se han, por decirlo de alguna manera, desviado del curso de la realidad hacia el país de las maravillas de la ideología: han logrado alabar al Gobierno chino para desprestigiar al británico, rechazar la idea de las mentiras de China como una conspiración de los derechistas e incluso negar el origen chino del virus, toda vez que eso sería una “estigmatización”.
Para ser justos, estar enamorado de la dictadura roja durante estos tiempos del COVID-19 no es una característica exclusiva de la izquierda. Hasta hace poco, el propio The Telegraph -junto a muchos otros prestigiosos medios, incluyendo a The New York Times, The Wall Street Journal y The Washington Post- tenía un acuerdo con China Daily, administrado por el Estado, para publicar “noticias” favorables a Beijing.
No cabe duda que el Gobierno chino al inicio se vio sorprendido con la llegada de lo que el mundo comenzó a llamar el “Chernóbil”, en referencia al desastre nuclear en la Unión Soviética de 1986. Pero mientras Chernóbil, y la caída de las mentiras alrededor del mismo, ayudaron a acelerar el fin del Imperio Soviético, el régimen del Partido Comunista Chino (PCC) y su presidente -Xi Jinping- parecen haber recuperado su posición, combinando una férrea respuesta doméstica, que al menos habría logrado tomar control sobre el flujo de información acerca de las dimensiones del coronavirus en China, con una ofensiva de encantamiento a nivel internacional.
La ofensiva de encantamiento de China ha sido particularmente destacada en Italia, el primer país de Europa en ser dura y abruptamente golpeado por el virus. La simpatía hacia China y su modelo contra el COVID-19 ha traspasado las diferencias entre políticos, intelectuales y la gente común de Italia. Uno de los diarios más prestigiosos del país, Corriere Della Sera, ha señalado a China como “el modelo a seguir”.
Según una encuesta reciente, una mayoría absoluta de los italianos considera a China como aliado, así como también una mayoría (simple) preferiría una alianza con China antes que con los EE.UU. La misma encuesta muestra, que para un sorprendente 45% de los italianos el enemigo número uno es Alemania, seguida por Francia (38%). Todo esto tiene lugar mientras el socio más fuerte de la coalición de gobierno italiano, el populista Movimiento Cinco Estrellas, utiliza la epidemia para promover el “Proyecto una franja, una ruta” firmado con China el año pasado, que abrió las puertas de Italia para importantes inversiones provenientes de Beijing, incluso en infraestructuras clave (y sensibles).
Este es el telón de fondo para la promoción y propaganda destinada a toda orientación política luego que Roma recibiese (léase: “comprase”) material médico de China. Esta máquina propagandística alcanzó casualmente una cómica culminación cuando el ministro de Relaciones Exteriores chino adulteró videos afirmando que los italianos habían agradecido a China cantando su himno nacional desde los balcones.
Sin embargo, el último intento no es en absoluto divertido, y surgió de forma francamente explícita en la carta que una alta figura de Cinco Estrellas envió a un diario italiano el pasado 19 de abril: arranquemos a Roma de la Unión Europea (UE) y volvamos a los brazos de Beijing. La propia Bruselas tampoco es inmune a esta epidemia de “covidiotismo”.
Ante la amenaza de una represalia económica china, la UE omitió toda referencia a una “campaña global de desinformación” de Beijing y a las falsas noticias que ésta difundió específicamente contra los EE.UU. y Francia, en un informe enfocado precisamente en estos asuntos. El documento fue transformado en un análisis general de la difusión de falsedades -bajo auspicio estatal- en relación al coronavirus para así diluir todo enfoque sobre China. Según un coautor del informe, que escribió una carta formal de protesta a sus superiores, la UE se “está autocensurando para tranquilizar al Partido Comunista Chino”. Que un informe destinado a revelar a los mentirosos se haya doblegado ante el más grande de éstos fue un serio golpe para la credibilidad de la UE en general, y en particular a su operación contra la desinformación denominada “EUvsDisinfo”, una institución que ya se halla bajo fuego por su trabajo sobre Rusia durante la pandemia.
Hasta el presidente de los EE.UU., Donald Trump, el líder mundial que confrontó a China de forma más abierta, ha estado oscilando entre declaraciones punzantes y una búsqueda por pacificar relaciones con un socio comercial importante. Incluso la jugada más radical de Trump, despojar a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de fondos estadounidenses en vista a su sometimiento político a China, fue retirada en cuestión de horas.
En lo que respecta a la OMS, el informe emitido por la Misión Conjunta OMS-China para el COVID-19, que rechazaba cualquier aporte de parte de Taiwán mientras se deshacía en alabanzas hacia la respuesta china describiéndola como “quizá los esfuerzos de contención contra una enfermedad más ambiciosos, ágiles y agresivos”, constituye un sorprendente encubrimiento de la maliciosa conducta del régimen del PCC y, cuando menos, una irresponsabilidad al permitir la expansión del contagio. El jefe de la OMS Tedros Adhanom Ghebreyesus llegó incluso a elogiar el “muy singular liderazgo” de Xi Jinping.
La humanidad debería esperar que un líder como ese sea en verdad “muy singular” por el bien de su propia supervivencia. Todavía no está claro si el virus se filtró de un laboratorio en Wuhan, como sugiere el Washington Post, citando a la inteligencia estadounidense. Lo que es cierto, sin embargo, es que la decisión del régimen de desestimar -inicialmente- y ocultar la epidemia costó al mundo billones de euros y miles de vidas humanas. Según una investigación realizada por la Universidad de Southampton, si China hubiese atacado el contagio del virus apenas tres semanas antes, habría evitado el 95% de las infecciones alrededor del mundo, básicamente la pandemia en sí.
Desafortunadamente, el “muy singular líder” estuvo muy ocupado engañando a la comunidad internacional, ocultándole el surgimiento del nuevo coronavirus, negando la trasmisión de persona a persona (la OMS ignoró dicha advertencia cuando la recibió tempranamente de Taiwán, en diciembre), censurando a los investigadores, y deshaciéndose físicamente de los médicos, enfermeras, abogados, periodistas y blogueros que, habiéndose atrevido a dar la alerta o a levantar una protesta contra la conducta del régimen, se han esfumado en el aire.
Éstos son tan sólo algunas de las víctimas de los abusos relacionados con el virus por parte de la dictadura comunista. De hecho, en todo este debate acerca del “modelo chino”, se ha perdido de vista toda seria discusión sobre los derechos humanos y el estado de derecho. Además de las abiertas y continuas violaciones cometidas por el régimen, como el confinamiento de millones de musulmanes uigures en campos de concentración y detentar el “liderazgo mundial” en materia de detención de prisioneros políticos, la epidemia de COVID-19 ha añadido un nuevo giro a las represiones. Reporteros sin fronteras (RSF) ha identificado en su último índice una “clara correlación entre la supresión de la libertad de expresión en respuesta a la pandemia de coronavirus y la calificación del país”. Directamente respecto a China, el índice declara que Beijing, “que está intentando establecer un ‘nuevo orden mundial para los medios de comunicación’, mantiene su sistema de control extremo sobre la información, [y] los efectos negativos [de este sistema] para el mundo entero han quedado en evidencia durante la crisis de salud pública del coronavirus”. En líneas generales, RSF denomina a China “el carcelero de periodistas más grande del mundo” y lo califica entre los cuatro peores países para el ejercicio de la libertad de prensa (177 de 180).
Los periodistas y los médicos no son las únicas víctimas de esta opresión sistémica: durante la cuarentena, barrios y edificios enteros fueron precintados con cadenas y barricadas, evitando incluso que los habitantes pudiesen salir en busca de alimentos. Filmaciones muestran a gente quedando encerrada dentro de sus departamentos detrás de barras de metal. Cómo olvidar el horrendo caso de Yan Xiaowen, un joven de 17 años con discapacidad mental que quedó abandonado hasta morir de hambre en su soledad, luego que su padre fuese transferido a un centro de contención.
Considerar a China como un modelo a seguir en esta situación es como agradecer al incendiario que quemó nuestra casa. Afortunadamente, los ánimos de complacencia hacia el régimen del PCC parecen estar cambiando en Occidente.
Alemania, Francia y el Reino Unido han incrementado su presión sobre Beijing para que revele la verdad sobre el verdadero origen del virus y su manejo inicial. Australia está exigiendo una investigación independiente, y Canberra ha mantenido su calma pese a las amenazas chinas de sabotaje económico. Algunos Estados de los EE.UU. han llegado incluso a presentar una demanda judicial contra el Gobierno de China por “mentir al mundo”, una dirección avalada con fundamento por un informe legal completo publicado por el centro de estudios británico The Henry Jackson Society.
¿Qué es lo que están esperando los otros actores internacionales para adoptar medidas contra una dictadura poderosa, peligrosa y que no es digna de confianza, cuya conducta impropia ha provocado un daño tan grave al mundo entero?
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