Colin Clarke, autor de After the Caliphate, es profesor adjunto en la Universidad Carnegie Mellon University, así como también investigador senior en The Soufan Center y académico adjunto de la ICCT en La Haya. Clarke obtuvo su PhD en Seguridad Internacional en la Universidad de Pittsburgh y ha trabajado para la RAND Corporation. Ha publicado previamente Terrorism, Inc.: The Financing of Terrorism, Insurgency, and Irregular Warfare, 2015, y Terrorism: The Essential Reference Guide, 2018.
La premisa de Clarke en su libro más reciente es que la experiencia del califato del Estado Islámico (EI) representó un apogeo inusual para el yihadismo global y un fenómeno muy innovador desde distintos puntos de vista. Para analizarlo y prever el futuro del EI tras el califato, el autor parte desde una descripción detallada de la estrategia de Al-Qaeda y su comparación con el EI.
De manera más general, Clarke intenta definir qué es el yihadismo y plantea varias preguntas acerca de su origen y evolución, su ideología, estrategia y objetivos, así como también su estructura. Menciona la fatwa de Abdullah Azzam, titulada “En defensa de las tierras musulmanas”, emitida en 1984, que proporcionó un hito ideológico para el yihadismo moderno, planteando las diferencias entre yihadismo ofensivo y defensivo. Luego Clarke se pregunta a sí mismo qué es Al-Qaeda en la actualidad: ¿Una organización? ¿Un movimiento? ¿Una ideología? La respuesta comienza con la diferenciación de cuatro dimensiones: la denominada Al-Qaeda “central”, las filiales y entidades asociadas a Al- Qaeda, las Al-Qaeda locales, y la red Al-Qaeda.
Muchos estudiosos, señala Clarke, coinciden en esta clasificación salvo ligeras diferencias, y asignan roles específicos y características a cada uno de ellos. Mientras que el liderazgo central de Al-Qaeda solía ser una estructura organizativa bastante burocrática, con una serie de comités y de procedimientos, sus filiales y algunos individuos motivados frecuentemente actuaban con gran autonomía operativa. Esto se conecta también con el concepto de una yihad sin líderes, elaborado por el ideólogo de Al-Qaeda, Abu Musab al-Suri. Clarke concluye esta sección argumentando que en muchos sentidos Al-Qaeda ha sido más una idea que una organización, una suerte de paradoja: “estrictamente controlada en la cima, pero ampliamente dispersa en la base”.
En este sentido, Al-Qaeda se diferencia significativamente del EI, que adoptó desde un principio una estricta disciplina organizacional desde el liderazgo en la cima hasta sus filas de menor jerarquía. Asimismo, sus reclutas tienen antecedentes distintos en comparación con los militantes qaedistas. El EI captó al menos 43.000 combatientes extranjeros en más de 120 países, y sin embargo, según los documentos del EI, se estima que apenas el 5% de los reclutas que llegaban tenía un conocimiento “avanzado” sobre el Islam, mientras que el 70% poseía sólo una comprensión “básica” de la religión. Clarke menciona el debate sobre la naturaleza de los reclutas del EI, incluyendo a Rik Coolsaet, quien ha sostenido que “unirse al Estado Islámico es sólo un cambio hacia otro tipo de comportamiento perverso, cercano a formar parte de pandillas callejeras, participar en motines, tráfico de drogas o delincuencia juvenil”. Esto fue también el centro de un debate en curso entre dos académicos franceses sobre Islam, Gilles Kepel and Olivier Roy.
Clarke destaca otra diferencia entre Al-Qaeda y el EI en cuanto a violencia y tácticas. El líder de Al-Qaeda, Ayman al-Zawahiri, ha intentado aprender de las lecciones del 11-S y ahora analiza mucho más a la hora de elegir un blanco, lo que no puede decirse del EI. Estas dos aproximaciones han sido descriptas como “ganando los corazones y las mentes” (Al-Qaeda) versus “aplastar cuellos y columnas” (EI).
Pero lo que es más importante en la evaluación de Clarke es el califato en sí mismo. Ya no es necesario que los yihadistas aspiren hacia un pasado histórico e idealizado de la institución original. Ellos pueden apuntar a algo que se ha conseguido en la memoria viva de todos y que permanecerá también en la memoria viva por décadas. El establecimiento del califato en el corazón del mundo musulmán, una demostración de que es posible, será fuente de admiración por mucho tiempo y significará que los yihadistas pueden actuar con nostalgia para motivar a sus fuerzas, en lugar de hacerlo siguiendo una fantasía utópica. Los veteranos que sirvieron al califato de EI estarán presentes para alimentar la narrativa del paraíso perdido.
La escala de lo que hizo el EI, como lo indica Clarke, es impactante: en la cima de su control territorial en 2015, el EI generaba más de 6 mil millones de dólares a partir de tres fuentes primarias: petróleo y gas, que generaron cerca de 500 millones de dólares, principalmente en ventas internas; impuestos y extorsión, que lograron aproximadamente 360 millones de dólares; y el saqueo de Mosul en 2014, durante el cual el grupo robó alrededor de 500 millones de dólares de las bóvedas de los bancos, además de otros ingresos. En su punto más alto, controló un territorio de más de 100.000 km2 en el que habitaban alrededor de once millones de personas, en su mayoría en Irak y Siria. Se dice que los líderes sobrevivientes han logrado sacar cerca de 400 millones de dólares fuera del territorio bajo su control. En consecuencia, el EI tiene las posibilidades para alzarse nuevamente en el escenario de la insurgencia.
Clarke intenta analizar posibles alternativas de refugios seguros, incluyendo la Península de Sinaí, Libia, Afganistán, Sudeste Asiático, y África Subsahariana. Concluye que es poco probable que se repita la experiencia de “Sirak” en otro lugar. Ello debido a que las circunstancias que hicieron posible el califato son únicas y especialmente si se combinan: Estados fallidos con enormes reservas de petróleo, la hegemonía árabe (específicamente la iraquí) dentro del grupo, la alianza con las tribus sunitas de Anbar, el papel decisivo de los antiguos baazistas, el legado del fundador (Abu Musab al-Zarqawi), y la geografía simple de Siria, con el largo corredor logístico de Turquía desde Europa a través de una frontera permeable, que permitió el flujo de combatientes extranjeros.
Analizando la forma en que la relación entre las dos fuerzas yihadistas principales se desarrollará, el autor sugiere tres opciones. La primera, una continuación del statu quo, donde el EI y Al-Qaeda se mantienen en desacuerdo, pero ambas continúan existiendo. Una segunda, un proceso de competencia, en la que una u otra acaba siendo destruida. La tercera, un reencuentro, que Clarke estima poco probable, si bien añade que no puede ser descartada en términos de cooperación táctica.
Clarke proporciona una descripción general completa de la literatura académica existente sobre el fenómeno yihadista, desde sus aspectos doctrinarios y sus tácticas, hasta los problemas de la radicalización y de los combatientes extranjeros que regresan. El propósito del libro, afirma, es analizar lo que sucederá más adelante con el Estado Islámico y determinar si logrará o no, y hasta qué punto, adaptarse y reagruparse tras la caída del califato. Sobre esa base, el libro debe ser considerado un éxito.